lunes, 14 de septiembre de 2009

¡SALVAD A LOS NIÑOS REPUBLICANOS!

La guerra civil española, como cualquier otra contienda bélica, fue escenario de innumerables episodios crueles y dramáticos entre los que asoman historias de solidaridad que traspasan fronteras.

En el tramo final de la contienda, en la que el avance de los ejércitos de Franco era evidente, numerosas personas fueron evacuadas de las zonas republicanas hacia otros países, entre ellos Francia. En noviembre de 1938 finaliza la cruenta batalla del Ebro, en la que las tropas franquistas resultan vencedoras y comienzan el avance hacia Cataluña. El 15 de enero de 1939 toman Tarragona, el 26 de enero Barcelona, el 4 de febrero Girona y el 10 de febrero llegan a la frontera francesa de Port Bou. La toma de Barcelona supone el inicio del exilio para millares de familias republicanas. Unos 400.000 civiles ancianos mujeres y niños, así como militares se fueron concentrando en la frontera con Francia huyendo del ejército de Franco, ante la negativa de paso de las autoridades francesas. La noche del 27 de enero autorizaron el paso a mujeres y niños, 3 días más tarde a los heridos y finalmente a todos. Según el informe Lavalière, entre el 28 de enero y el 12 de febrero de 1939, 470.000 personas cruzaron las fronteras francesas de Cataluña.

Esta avalancha humana no había sido prevista por el gobierno francés, que no tiene preparado ningún dispositivo para atender a todas las personas desplazadas. Apresuradamente, puso en marcha el Plan de Barrage, que movilizó 79 batallones de la Garde Republicaine Mobile, 6 compañías de Gendarmes y 15 regimientos del ejército, muchos de ellos con tropas coloniales, para sellar la frontera controlar y agrupar a los recién llegados. Las tropas francesas hacían marchar en formación a los exiliados, sin distinciones ni consideraciones. “Allez! Allez! Vite!” (¡rápido! ¡rápido!) era la cantinela que dominaba la marcha. La opinión pública francesa y sus dirigentes políticos consideraban a los exiliados republicanos como indeseables, consintiendo la construcción de diferentes campos de concentración, eufemísticamente llamados “Centres d’Accueil” (Centros de Acogida), en Gurs, Rivesaltes, Argelers, Barcares, Sant Cebriá, etc. que inicialmente sólo contaban con la alambrada perimetral.

Especialmente duros eran los campos de Barcarés, en el que concentraron 80.000 personas y Argelers, 100.000 personas, por su carencia de servicio y el trato inhumano de las tropas coloniales francesas. El campo de concentración de Argelers situado en la playa, estaba constituido por una alambrada de 3 km. de largo por 500 metros de ancho en la misma orilla del mar. Cuando entró en funcionamiento, no había ningún edificio, ni servicio e incluso no había agua potable en todo el campo, y dónde el mar servía tanto de letrina como de punto de aseo. Donde un viento de tramontana azotaba sin piedad y llenaba todo de arena y obliga a desenterrar los parapetos hechos con ramas y mantas en los que tenían que dormir. Fueron los propios prisioneros, quienes tuvieron que construir sus barracones directamente sobre la arena, insultados, vejados y maltratados por los soldados franceses venidos de Somalia, mayoritariamente negros y musulmanes, que viéndose por primera vez en su vida en situación de superioridad ante personas de raza blanca realizaron todo tipo de abusos y tropelías.

Los testimonios de las personas que estuvieron allí son desgarradores: “Al norte alambradas, al sur alambradas, al oeste alambradas. Aún nos queda el mar”; “Hace frío, hace viento ¡qué no llueva! Los techos hechos de manta dejan pasar el agua enseguida, y mientras la lluvia dure se temblará y castañetearán los dientes”. Las condiciones eran tan lamentables que enterraban a las personas enfermas y a los bebés en la arena con un vano intento de mantenerlos calientes.
La carencia de alimentos era tal que la desnutrición infantil y el raquitismo era lo habitual entre los menores “Mandaba el hambre y los gendarmes franceses traían pan y lo tiraban en la arena delimitada por los alambres. La gente se peleaba por un trozo de pan, mientras los senegaleses se reían de aquellas escenas tan sórdidas”; “No teníamos comida y cuando repartían algo era pan duro y bacalao seco que no se podía comer de tan salado. No teníamos agua potable y, cuando de vez en cuando venía un camión de agua no teníamos con qué recogerla. “Pasar hambre es horrible, pero tener sed es aún peor”. La tasa de mortalidad infantil que superaba el 95 %, propiciado por la falta de medidas higiénicas que facilitaban la propagación de la disentería. Por eso, en aquellas circunstancias, incluso la enfermedad más banal podía significar la muerte. La desesperación llegaba a límites insospechados. “En el campo había una madre que no tenía leche, y el niño lloraba de hambre día y noche. Cuando se agotaba de tanto llorar, se dormía, y ella le protegía con su cuerpo. Las mantas estaban todas mojadas de aquellos días tan duros de febrero. Cuando salía el sol, la madre enterraba al bebé en la arena para que ésta le sirviera de abrigo. Pero al cabo de unos días, el niño murió de hambre y frío. Yo estaba embarazada, y sólo de pensar que mi hijo nacería en aquel infierno, me desesperaba”; “el niño de dos meses se debilitaba poco a poco, la madre no tenia suficiente leche y la tramontana, la conjuntivitis, la sarna, los piojos, etc. se iban acumulando. Las autoridades del campo hacían oídos sordos ante las reclamaciones de la madre para conseguir agua potable con la que preparar biberones. Los padres se desesperaban al ser testigos de la muerte lenta de su bebé sin hacer nada. “En el último día de vida de aquel niño, la miliciana, consciente de las pocas horas que le quedaban a su hijo, lo bañó en el mar con todo el amor de una madre. Una ola más y el sufrimiento del bebé terminó”.

Ante este panorama desolador, y la total inoperancia de las autoridades francesas, sociedades de socorro extranjeras comenzaron a prestar auxilios dentro de los campos, especialmente a los niños. Para entender esto, conviene recordar que antes de que aparecieran los primeros sistemas de protección social, que tienen su primer antecedente en la Alemania de Bismarck, que en 1883 pone en funcionamiento el primer sistema de protección, especialmente en el siglo XIX, la atención de las necesidades sanitarias y sociales se organiza bajo diversas formas de beneficencia, se crean las “Juntas auxiliares de Damas de Barrio”, o se fundan las “Damas de los pobres”, para ejercer el auxilio domiciliario. También aparecen asociaciones entre cuyos fines estaba realizar labores de beneficencia, como “La Fraternal”, “El Pensamiento Humanitario” o la “La Protectora”. Es en esa fecha cuando comienza a aparecer las primeras “Sociedades de socorros mutuos” que se situaban entre el aseguramiento privado y la filantropía. Entre las mismas se pueden citar a la “Sociedad Humanitaria de Salvamento de Náufragos”, la “Sociedad de Socorros mutuos artesanos”. Con ese mismo espíritu nace en los Países Bajos, tras la primera guerra mundial la “Asociación de Ayuda a los Niños en Guerra”, con una clara vocación pacifista, cuyo objetivo era crear bases de solidaridad entre los pueblos que impidiera guerras futuras. Esta asociación llega a España durante la guerra civil, estableciendo inicialmente su cuartel general en Burjassot (Valencia), atendiendo a la población de Madrid, Valencia y Cataluña, tras el rechazo de Franco de la ayuda ofrecida. Esta asociación pone en marcha comedores infantiles, reparte alimentos, realiza evacuaciones de niños y pone en marcha un sistema de apadrinamiento para los niños atendidos, que resultó pionero. De esta forma llegan a España voluntarios noruegos, holandeses, suecos y suizos, que posteriormente se desplazarán a los campos de concentración para proseguir con su labor humanitaria.

De ese modo, entre otras asociaciones, la Sección de Socorro a los Niños de la Cruz Roja Suiza seguía ayudando a los niños encerrados en los campos. Proporcionaba diariamente un litro de leche para cada lactante, y daba a los otros niños leche por la mañana y una merienda a base de mermelada o queso por la tarde. Estas meriendas se repartían también cada día a las madres lactantes. Cuando un niño caía enfermo, se le trasladaba al Hospital General del Campo. Si aún era lactante, se permitía a la madre quedarse junto a él. En caso contrario, la madre no podía verlo más que los días de visita, es decir, dos veces por semana, por la tarde. Por otra parte, cuando los niños estaban bien, las madres necesitaban un permiso para sacar a sus bebés a tomar el sol entre las alambradas. La Cruz Roja Suiza estaba perfectamente organizada: se proporcionaba diariamente a los lactantes de hasta un año un litro de leche; a los de uno a tres años, una buena ración para dos comidas de arroz o bledine; a los de tres a seis años, arroz solamente; y a los de seis a catorce años, leche y arroz o puré. El reparto se realizaba desde la sede Central de Auxilios a los Niños, sita en la calle de Tarn, número 71 (Toulouse).

En medio de este horror, aparecen Elisabeth Eidenbenz y la Maternidad de Elna, una de esas pequeñas historias que abren un pequeño hueco a la esperanza, y en la que se consiguieron salvar 597 niños.
Elisabeth Eidenbenz, nació en Zürich el 12 de junio de 1913, maestra de profesión, con 23 años formaba parte de los movimientos sociales suizos y entra a formar parte de la Asociación de Ayuda a los Niños en Guerra. Junto con otros voluntarios llega a Valencia en abril de 1937. Trabajaban con un modelo de apadrinamiento, mediante el que familias suizas aportaban dinero para el mantenimiento de sus ahijados en la zona republicana. En 1939, forma parte de la avalancha que cruza la frontera francesa y es internada en diferentes campos de refugiados: d'Argelès, de Rivesaltes, de Barcarès o de Saint Cyprien. Allí, en esos campos abarrotados, insalubres y sin medios comienza a buscar por los campos a los niños apadrinados. Como hemos visto, las condiciones eran pésimas El hospital más cercano estaba saturado y la administración priorizaba a heridos y enfermos en lugar de las mujeres embarazadas. El índice de mortalidad infantil se situaba en un 95% entre los recién nacidos, que llegaban al mundo en las caballerizas de Hares, cerca de Perpiñán. Los bebes introducidos en cajas de cartón eran devueltos junto a sus madres a los campos de concentración.

Ante tal situación y debido a la no intervención de la asistencia social francesa con los refugiados españoles, deciden abrir un edificio para atender tanto a las parturientas como a los niños recién nacidos y que Elisabeth Eidenbenz se haga cargo de la maternidad. Al principio, organizó el servicio en una casa en Brullá. Como ella misma refiere, era joven, era la primera vez que actuaba como responsable de un servicio, era maestra y nunca había visto un parto. En esa casa nacen 18 niños, y enseguida ve que es muy pequeña para el fin que se perseguía. Pide a la Central de Suiza 30.000 francos suizos para adquirir una residencia campestre abandonada, pero bien conservada, el Palacete de Bardou, en Elna (Perpiñan). La Central acepta, se repara y acondiciona mínimamente la casa, que consta de tres plantas, un amplio jardín, terreno con árboles frutales y un pequeño corral. Dan a cada habitación un nombre: Barcelona, Valencia, Zaragoza, Santander, Bilbao, Canigo. El paritorio es Marruecos y el nido en el que están los recién nacidos Madrid. Elisabeth gestiona con el Prefecto de Perpiñan todos los permisos y el 7 de diciembre de 1939 nace el primer niño, Pepito.
La atención en la Maternidad de Elna se basaba en los siguientes principios:
· recuperación psicológica
· higiene
· alimentación
· atención personalizada
· atención sanitaria profesional
· respeto a todas las creencias e ideologías
· ayuda a la reintegración social

La recuperación psicológica de las madres tenía una importancia especial. A un trato especialmente cariñoso, se unía la participación en las tareas de la maternidad como medida para recuperar la autoestima y la autonomía, y el espíritu alegre que predominaba en la casa, en el que cualquier acontecimiento era una excusa para hacer una celebración: “¿Quién podía ser capaz de planear todo aquello, cada detalle, la comida, las guirnaldas, digno de unas reinas, para nosotras, que no teníamos nada que ofrecer a cambio?”.

También la música, ese maravilloso lenguaje universal que debería ser fuente de comunicación entre todas las personas como define Pau Casals, constituyó uno de los elementos utilizados para esa recuperación psicológica. Elisabeth decía que la música, discos de gramófono o al piano, de Bach, Mozart, Haynd, Schubert, etc. tranquilizaba a los niños, y como lenguaje universal facilitaba la comunicación y acercamiento a las mujeres embarazadas que acudían a la maternidad, destrozadas física y sobretodo psíquicamente. Elisabeth inundaba la casa de música y les cantaba a las madres y a sus hijos, muy de cerca, porque entendía que si alguien te canta todos los días, hay alguien que todos los días se preocupa por ti. “Si tienes alguien que te cante todos los días a la oreja tienes que reaccionar”. También promovía que se cantara, especialmente canciones típicas, porque se facilita la comunicación, la integración en el grupo, la externalización de sentimientos y se mantiene la identidad, tan importante para las mujeres del exilio: “A veces podemos aligerar el dolor, simplemente tarareando una canción”.
Es decir, utilizaba la musicoterapia, entendida como “el empleo de la música con fines terapéuticos, por lo general psicológicos. (Diccionario RAE) “, tanto pasiva (escuchar) como activa (cantar). Si consideramos que las primeras aplicaciones científicas de la musicoterapia no se producen hasta 1917, y no se extiende hasta 1940, se puede apreciar el carácter excepcional e innovador de Elisabeth.

Conocidos los problemas de salubridad de los campos, la higiene era un aspecto fundamental en la maternidad de Elna. “Era un paraíso. No había arena como en el campo, teníamos camas, agua abundante, jabón para lavarnos…”. El aseo y el baño era diario, toda la ropa se lavaba y planchaba frecuentemente, todo estaba organizado y ordenado, con horarios muy estrictos. “La casa era preciosa y estaba muy limpia. En la entrada había unas mesas, donde unas mujeres doblaban la ropita de los niños y las sábanas”.

La alimentación era uno de los pilares básicos, y se organizaba con una dieta personalizada que comenzaba unos dos meses antes de llegar a la maternidad en algunos barracones en los campos. Era una dieta rica en fruta, verdura, y sobre todo, leche, para paliar las deficiencias de alimentación previa. Si algún lactante lo necesitaba, disponían de suplementos de leche en polvo, procedente de Suiza. “¡Eso si que era una cena! Verduras, carne, fruta fresca y leche en abundancia”.
Cada una de las mujeres recibía una atención personalizada, especialmente para la salida de la maternidad: “Cada lunes, la Señorita Elisabeth distribuía los servicios de la semana entre las refugiadas que podían asumirlos”.

La asistencia sanitaria era profesional, prestada por 3 enfermeras enviadas por la escuela suiza de enfermería que se cambiaban cada 6 meses y una matrona. También contaban con el apoyo del Pediatra de Perpignan y con los médicos de los campos. “Después de comer llegaron nuevas mujeres embarazadas y dos madres con hijitos que acababan de nacer. Uno de ellos sólo pesaba 1,7 kilos, y aún así logró sobrevivir sin incubadora”; “Todos lo niños se pusieron enfermos, con fiebres muy altas. Durante una semana tuvieron vómitos y empezaron a perder peso. Elisabeth trajo un pediatra de Perpiñan que visitó uno por uno a todos los bebés. Con los medicamentos adecuados, al cabo de unos días se curaron todos. En el campo no habrían superado aquella epidemia”.

También se respetaban todas las ideologías y creencias religiosas “La higiene era perfecta; la comida adecuada y abundante; el respeto a las creencias religiosas absoluto. Se bautizaba a los niños cuyas madres lo pedían expresamente; pero no existía ninguna presión a este respecto. Y por otra parte, nada de rezos colectivos ni de catequesis impertinentes” y se promovía la reintegración social por todos los medios posibles: “Elisabeth nos informó que había pactado con las autoridades del campo que nos instalarían en un barracón más confortable”; “La señorita Elisabeth me ayudó a conseguir papeles para mí y para el niño”; “La señorita Elisabeth pudo arreglarle la salida y conseguirle un visado para coger un barco hacia México”.
Tras un año de actividad quedó claro que se precisaban más fondos para subsistir. Se recupera entonces el sistema de apadrinamientos, se aceptan ayudas de particulares (como el del músico Pau Casals “…Los pequeños donativos que envío a sus asiladas no tienen otro objeto que el de demostrar mi simpatía y comprensión hacia ellas en momentos tan trascendentales de maternidad. Mis desconocidas compatriotas no dan la impresión de insuficiencia de atención, antes al contrario de profunda gratitud por todos los cuidados que perciben de su loable Institución. Estoy seguro que, como Usted dice muy bien, desde luego “se sabe aprovechar el dinero para una causa buena” y es por esto que continuaré, dentro de mis posibilidades, mis modestas aportaciones contando con su bondadosa comprensión…”), y finalmente la asociación se fusiona con la Cruz Roja en enero de 1942. En 1940 nacen 145 bebés en la maternidad; en 1941, 218. Se atienden, de media, 20 partos mensuales. “Y no, no había médicos; alguna vez contamos con algún doctor, pero no llegó a funcionar. Nuestras matronas eran muy experimentadas”, Todo lo hacían ellas, mujeres solas en un mundo en guerra, mujeres que luchaban hace décadas por la igualdad de género, por la no violencia, por la educación, por la libertad.

Para el avituallamiento del centro 4 utilizan los corredores sanitarios de la Cruz Roja Internacional. Así les llega la leche condensada y en polvo, el chocolate, los quesos, las conservas, la harina para lactantes, el azúcar, el arroz. Y los utensilios necesarios, de biberones a medicinas. El material textil procede de colectas. Una asociación noruega aporta una máquina de coser. La escuela de enfermería suiza manda dos o tres profesionales cada seis meses.
Pero las dificultades verdaderas estaban por llegar. Tras ser invadida Francia por Alemania en noviembre de 1942, Eidenbenz, fue muy hostigada por los nazis y detenida por la GESTAPO, por acoger en su maternidad a parturientas judías y gitanas. Elisabeth falsificaba el registro e inscribía a sus hijos con nombres españoles para ocultárselos al nazismo, con riesgo para su libertad y su vida. Ella no se rendía jamás, y cuando los gendarmes venían a por una madre, se cuadraba y les gritaba: ‘¡Esto es Suiza!”. Los nazis cerraron la maternidad de Elna en abril de 1944.
En ese oasis para la esperanza, en Elna, entre 1939 y 1944 nacieron un total de 597 niños, la mayoría hijos de exiliadas españolas. De esos 597 bebés 197 judíos y gitanos.
Su extraordinaria labor humanitaria fue reconocida el año 2002 con la máxima condecoración que entrega el Estado de Israel a quienes salvaron vidas de judíos arriesgando la propia, la “Medalla de los Justos Entre las Naciones”. En dicha condecoración está escrito el siguiente pasaje del Talmud: "Aquel que salva una vida, es como si hubiera salvado al mundo entero". Además, su nombre figura inscrito en piedra en el Muro de Honor del Museo Yad Vashem. Ese mismo año recibió también el reconocimiento del Gobierno Francés. En 2006 recibió la Orden Civil de Solidaridad Social y la Generalitat de Catalunya le otorgó la Creu de Sant Jordi.
Elizabeth Eidenbenz tiene ahora 96 años y vive junto a los bosques de Viena y recuerda que “todos, las enfermeras, las madres, los miembros de mi asociación y de otras, todos lo hicimos posible en ese tiempo tan difícil, entre una guerra reciente en España y una segunda aún más dura en Europa”. Asumpta Montellà con su libro “La maternitat de Elna. Bressol dels exiliats” tiene el mérito y el orgullo de haber sido quien ha recuperado esta ejemplar historia.
Friedel Bohny-Reiter (1912, condecorada por el estado francés junto con Elizabeth Eidenbenz el 25 de febrero de 2001) Elsbeth Kasser, Emmi Ott, Elsie Ruth, Renée Farhny son nombres de algunas de las enfermeras de la Cruz Roja Suiza que trabajaron en Elna y en los campos de concentración,

En las palabras de la propia Elizabeth encontramos el mejor ejemplo de una gran mujer y una excelente profesional: “Me llamaron y fui. No me lo pensé mucho. Ha sido una gran suerte poder hacer lo que había que hacer".
*Citas extraídas de:
“La maternidad de Elna. La historia de la mujer que salvó la vida de 597 niños” de Assumpta Montellá. Ed. Ara Libres. 2007
“La cuna del exilio” de Lola Huete Machado. Publicado en El País semanal el 9/10/2005.

Para que esta historia no se olvide y nos ayude para que no se vuelva a repetir jamás.

Muchas gracias, Elisabeth por haber encendido una Luz en la Oscuridad, por ayudarnos a confiar en el género humano.


*Manuel Solórzano Sánchez; y **Jesús Rubio Pilarte
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
masolorzano@telefonica.net
jrubiop20@enfermundi.com

1 comentario:

ROMANOV dijo...

TODA INFOR,
http://mariaromanov.net46.net