domingo, 22 de noviembre de 2009

ESE GRAN HOMBRE

CECILIO ESEVERRI CHAVERRI
Nace en Sangüesa, Navarra y se formó en la Carrera de Enfermería, trabajo social, gestión de empresas y teología. Reside desde hace más de 18 años en Palencia. Es Hermano de San Juan de Dios, y como tal ha trabajado en diversos hospitales, albergues para marginados sociales en Barcelona y Madrid, y con pacientes de sida y psíquicos.

Estas han sido sus fuentes de inspiración para haber realizado una inmensa obra que ha publicado. Más de veinte libros relacionados con la gestión hospitalaria, filosofía, antropología, ética asistencial, historia de la gestión hospitalaria y enfermería hispanoamericana. Tiene estrenados y publicados un oratorio y una obra de teatro. Cuenta con numerosas publicaciones en revistas profesionales y literarias españolas e internacionales. Asiduo colaborador y ponente en congresos, cursos, jornadas profesionales en Europa y en la Universidad de Puebla (México). En Palencia forma parte del grupo poético “Tertulias del Saloncillo”. Sus poemas, además de los de otros autores, se recogen en el libro “Veinte Otoños”.

Algunos de sus artículos son: Escuela Andaluza de Enfermería; Hospitalidad – enfermería, conceptos unívocos; El Hospital de Antón Martín en la reducción de hospitales, Madrid 1567; Enfermería vallisoletana, siglo XVI, antes y después, Hospital Río Ortega; La Número 186; Presentación del libro Arte de Enfermería; Calidad de enfermería en cuidados intensivos. Estudio retrospectivo en pacientes de larga estancia; Felipe II y la reducción de hospitales; La enfermería medieval.

Ha colaborado en el “trabajo de Sida” y “Es sano reflexionar”, en Educar para la salud: drogodependencias.

Y entre sus libros nos encontramos con: Enfermería facultativa; Juan de Dios, el de Granada; Los Hermanos de San Juan de Dios; Enfermería hoy; La Calidad y el Comité de Ética; Historia de la enfermería española e hispanoamericana; Enfermería hospitalaria; Enfermería, profesión con futuro y Un Hospital, Un Mundo.

Además tiene un poemario titulado “Retazos de vida”, otro libro suyo es “En el Umbral del amor”, y otro se llama “Eustaquio Kugler, El Hombre Hospitalidad”.

Como vemos su obra es muy extensa, con múltiples, artículos y muchos libros.

Nos vamos a centrar en el libro que ha escrito sobre “Juan de Dios, el de Granada”. Juan Ciudad vino a la vida a finales de 1500 o primeros de 1501 siendo súbdito no sólo del rey portugués sino doblemente de Doña María reina de Portugal y como señora de Motemor o Novo.

La actividad o vida sanitaria en Portugal resultaba muy precaria desde siempre. Como en otros países europeos, se centraba en los monasterios, regidos normalmente por las reglas benedictinas, agustinas y, también, de San Isidoro y San Fructuoso, estos españoles. En estas reglas de régimen monástico es donde encontramos las primeras referencias a las enfermerías y la atención a los enfermos. Y aunque se concretan las normas al cuidado de los monjes enfermos, los que permanecen en las enfermerías intramonacales, en muchas circunstancias y lugares se abrían al pueblo llano. Pero en muchos casos a comienzo del siglo XI comenzaron los monasterios portugueses a decaer y a relajarse en las buenas costumbres. Cuando se consolidó la monarquía en el siglo XII y XIII, los monasterios portugueses resultaron focos de vida religiosa y civil. Por tanto, centros de culto, de oración, de enseñanza y de prestación de servicios hospitalarios, de enfermería, incluso de mantenimiento de muchos oficios: medicina, zapatería y alpargatería, cultivo del campo, carpinteros, herreros, sastres, etc.

La reconquista de Portugal fue pareja con la española, con Don Pelayo en Asturias. Se terminó, también, como en España, en 1492 con la conquista de Granada.

Los Templarios Hospitalarios, fundados en Jerusalén en 1118, llegaron por estas mismas fechas a la península y no tardaron en aparecer en Portugal. Los Hospitalarios tuvieron en Portugal su primera “casa – hospital o enfermería”, como así llamaban a sus hospitales, en el monasterio de Lesa de Bailio, posiblemente con fecha del 19 de marzo de 1128. Estaba subordinado o dependiente del Gran Comendador de Castilla.

Cuando llegamos al siglo XV la atención social y de la salud se centraban en dos instituciones: las “alberguerías” y “los hospitales o enfermerías”. Las primeras atendían peregrinos y transeúntes pobres e inválidos. Los hospitales eran recintos de internamiento para enfermos pobres. También encontramos un hospital para niños en Lisboa y el Hospital de Santa María de los Inocentes, locos, en Santarem. Funcionaban algunas gaforías o leproserías en los siglos XV y XVI. Lisboa tenía numerosas casas de caridad, poco eficientes. Don Juan II, con autorización de Sixto IV, estableció un riguroso plan de reducción de hospitales, generalmente pobres. Centros muy precarios y deficitarios. Don Manuel prosiguió la política de su predecesor respecto a la reducción de hospitales, 1479.

La reina Doña Leonor de Lancaster (1458 – 1525), esposa del difunto rey Don Juan II fundó el primer hospital termal del mundo en Caldas de Rainha. Ella misma dirigió las obras, comenzadas en 1485, y pagadas con la venta de sus joyas. Desde que se quedó viuda se dedicó a las obras de caridad, ayuda a los pobres y protección a los humildes. Fue la promotora de la Cofradía de la Misericordia, conocida popularmente como “Las Misericordias”. El lema era practicar las catorce obras de misericordia.

Desde la diáspora judía del siglo III a.C. ya se conoce la venida de judíos a España. Toledo centró la presencia judía en la península. El Concilio de Iliberris en el siglo IV, ya prohíbe que los cristianos se mezclen con los judíos. Recaredo en el 589 los persiguió y también el rey Sisebuto en el año 633. En el Concilio de Toledo en 633, trata sobre la conversión, el bautismo o la expulsión fuera del reino. Al final del siglo VII se repiten las mismas circunstancias antijudías. Esto debió influir para que los judíos, en noche oscura, abrieran las puertas de Toledo a los árabes cuando la conquista de España por los musulmanes.

Durante toda la baja edad media los judíos pasaron por épocas de paz y de persecución. Desarrollaron las ciencias, el arte, artesanía, comercio y la administración económica. Se les acusaba de que ninguno quería trabajar la tierra. Incluso se les llamaba a las Cortes Españolas en calidad de consejeros, economistas, médicos, físicos, cirujanos, alquimistas y prestamistas de grandes cantidades de dinero, tanto a la monarquía como a los grandes señores.

En realidad, en toda Europa eran más o menos tratados igual. De tal manera que los judíos fueron expulsados en Inglaterra en 1290, Francia en 1306, 1350 y 1394. Al término de la conquista de Granada, el 31 de marzo de 1492, se promulgó el decreto de expulsión de España aunque no se dio a conocer hasta mayo. Por este decreto los judíos tenían que abandonar el territorio español en el plazo de tres meses, sólo se podían llevar a su familia y a sus criados. Podían vender sus bienes pero no les estaba permitido sacar del país oro, plata o piedras preciosas ni dinero. Mientras tanto quedaban tutelados por la corona y si después de salir del país volvían serían castigados con la pena de muerte. Los que quisieron quedarse tenían que optar por la conversión al cristianismo y bautizarse.

Juan Ciudad nace en Portugal, en la región del Alentejo, en la notable y floreciente villa de Montenor – o – Novo. Juan era una persona de temperamento atlético, expresivo, locuaz, amigo de dialogar. Los santos no son de madera ni de cartón piedra. Son personas cuya “conducta humana se consolida, dice Aristóteles, gracias a los hábitos”. Juan Ciudad maduró su vida reforzando sus hábitos “adquiriendo costumbres”, precisa Aristóteles en su Moral a Nicómaco. Y sigue opinando nuestro filósofo: “en toda acción puede haber exceso, defecto y término medio”. Este último punto fue el norte de Juan Ciudad, se colocó siempre, o casi siempre, en el término medio.

El ambiente que vivió Juan en su pueblo, en su barrio, en su calle Verde, cerca de su casa La Misericordia de su pequeña ciudad; no hay duda que este reciente e intenso movimiento influyó en la mente y en el corazón de Juan Ciudad desde su más tierna infancia, debió de quedársele muy grabado en su mente de siete y ocho años. Ahí, en la Misericordia, se atendían toda clase de males y se cultiva el conjunto de las obras de compasión. La Hermandad de esta cofradía estaba recientemente instaurada en Montemor – o Novo. Cuidaban a los enfermos, desesperados, presos, peregrinos y a los muertos. Por su pueblo pasaba el camino viejo a Santiago y era ruta obligada a Lisboa, Evora y Santarem. También camino hacia España, Estremoz, Elvas, Badajoz.

Juan siendo todavía pequeño veía cada día cómo los hermanos de la Misericordia de su pueblo pedían casa por casa ayuda para sus pobres y necesitados. Pedían, también, en las iglesias, en las fiestas religiosas y en las celebraciones populares. A primeros de 1509 se creé que el clérigo y Juan ya habían llegado a Oropesa. El camino largo y muy dificultoso, ahí quedó el niño Juan en casa del mayoral.

De los años 1513 a 1523 Juan, se había convertido en un apuesto mancebo y un disciplinado pastor de ovejas de su amo, además de un extraordinario colaborador de su mayoral.

Juan a los 22 años se enrola en el ejército como soldado en los tercios del rey de España Carlos I, en la guerra contra Francia y estuvo en la plaza fuerte de Fuenterrabía (Guipúzcoa). Juan lo contaba así: “Siendo mancebo de veinte y dos años me dio voluntad de irme a la guerra, y asenté en una compañía de infantería de un capitán llamado Ioan Ferruz, que a la sazón enviaba el Conde de Oropesa en servicio del Emperador para el socorro de Fuenterrabía, cuando el Rey de Francia vino sobre ella; movido yo con deseo de ver mundo y gozar de libertades, que comúnmente suelen tener los que siguen la guerra, corriendo a rienda suelta por el camino ancho, aunque trabajoso de los vicios, donde pasé muchos trabajos, y viví en muchos peligros”.

“Iba, dice, en una compañía de infantería. Entonces estos servidores de la guerra, al no haber estado ni estar ahora sometidos a disciplina castrense, caían bajo la categoría de “soldados campesinos impecune” “dependientes de su señor”. Parece ser que Juan fue a la guerra en Fuenterrabía, perteneciente al grupo de “pendón y caldera”, porque llevaban pendón y estaban obligados a alimentar a sus propios soldados.

A Juan lo echaron del ejército y no pudo cumplir su deseo de ver a Fuenterrabía libre de franceses y navarros bajo la regencia de Francisco I de Francia. Siendo robado del botín que se le había entregado como custodia, fue condenado a muerte, aunque después fue dejado en libertad y expulsado del ejército (1523). A mediados del mes de enero de 1524, Juan camina, triste y solitario, hacia su pueblo toledano de Oropesa. El frío por esos caminos es intenso, el viento, generalmente fuerte, casi cortante, lluvias intensas, en este mes ya de febrero, y nieves fueron su compañía. Ahora viste camisa de lienzo, calzones cortos, medias o muslos de calzas, sombrero de alas anchas, caídas, capa de balleta no muy larga, de tejido basto, zapatos de piel o tal vez alpargatas con suela de cáñamo o de esparto o, posiblemente, abarcas de cuero sin trabajar, toscas y anchas. Tal vez llevara también, no lo sabemos, un coleto de cuero de oveja mal trabajado o jubón. El camino era largo y tortuoso. De Fuenterrabía a Vitoria, Miranda de Ebro, y Burgos. Un par de días de descanso visitando la catedral y sigue por Aranda de Duero, Segovia, Ávila. Nuevo descanso para afrontar los montes de Ávila, sierra de Gredos, Arenas de San Pedro y Oropesa.

La llegada resultó desastrosa y humillante, además de estar molido y machacado, todo su cuerpo por tan dura caminata. Los precedentes habían sido días de silencios, de hambre, de pedir limosna para poder alimentarse o dormir a buen recaudo de la intemperie adversa. No tenía dinero. La habían dejado sin dar la soldada. Porque su salida del ejército había sido un castigo. Sin ropa para cambiarse. Tal vez sin fuerzas ni razones para vivir, pensaría o para esbozar una sonrisa amable y de agradecimiento. También rezó, mucho es lo que rezó. Y le intranquilizaba el honor y la honra, patrimonio que tanto interesaba o preocupaba a los españoles del Siglo de Oro. A mediado de febrero de 1524 quedaba libre Fuenterrabía de las garras de los franceses.

Juan empieza a interesarse por los hospitales, cuando se realiza la obra del Hospital de los Reyes Católicos en Santiago de Compostela contribuyó en sumo grado el emperador Carlos cuando en 1524 firmó el documento “Constituciones del Gran Hospital Real de Santiago de Galicia hechas por el Emperador Carlos Quinto de Gloriosa memoria”. Un documento hospitalario sorprendente que pudo influir fuertemente en los hospitales que se funden en España a partir de estas fechas. Pero Juan o era ignorante o tenía poca referencia, además todo esto llegaba muy fraccionado a Oropesa de Toledo. Lo mismo le ocurría, ignoraba totalmente o tenía muy remota idea o referencias, de otro gran movimiento hospitalario paralelo al de Santiago, el de los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén u Hospitalarios de Malta. De muchísima influencia en la mitad norte de la península. Ellos, con hospitales llamados enfermerías, con sus estatutos y normas en donde consideraban a los enfermos por ellos asistidos como “los señores enfermos”, sus señores, influyeron muy fuertemente, también, en mejorar y ampliar la atención y cuidados a los más necesitados.

Más cercano a Oropesa estaba el Hospital de Talavera de la Reina de la Orden de los Caballeros de Santiago, fundado el 25 de abril de 1226 por Alfonso Téllez de Meneses y su mujer Teresa Sánchez y dedicado a “extrahendos cautivos a terra sarracenorum” y, también, a la atención de pobres.

Estando ya instalado en Granada ve que existe en la ciudad un problema de higiene. Las basuras sólidas domésticas se sacaban a las puertas de las casas para ser recogidas por los operarios y carros de limpieza municipal. Pero los residuos sólidos, generalmente líquidos, era otro tema a considerar y solucionar. Las aguas sucias se eliminaban al anochecer a través de las ventanas de las casas y al grito - aviso de “¡agua va!”. Que muchas veces llegaba antes el líquido elemento que el aviso ciudadano. Las necesidades fisiológicas humanas se guardaban durante el día en el interior de los edificios, pero al comenzar la noche se hacía limpieza general con la técnica de la ventana. Los olores resultaban insoportables y el riesgo de la peste era continuo.

Juan ve que en medio de las riquezas y ventajas ciudadanas aparece el gran grupo de los marginados, los veía en las puertas de las iglesias, por las calles tirados, o mendigando, o robando lo necesario y en alguna ocasión algo más de la necesidad.

Juan había desempeñado diversos oficios: pastor, soldado en los tercios del rey de España, peón, vendedor ambulante. Con el paso del tiempo fijó su residencia en Granada, donde estableció un pequeño comercio en el que vendía estampas y libros religiosos. Fue en ésta ciudad andaluza, cuando tenía unos 40 años de edad, donde se produjo el hecho más trascendente de su vida, tras escuchar las predicaciones y sermones de San Juan de Ávila. Conmovido por aquellas palabras, comenzó a realizar penitencias públicas. Considerado por las autoridades públicas de aquella época que había perdido sus facultades mentales, fue ingresado en un hospital para enfermos psíquicos y conoció el nefasto trato que éstos sufrían en ese tipo de instituciones. Decidió entonces consagrar su vida al cuidado de los enfermos y a la mejora de los establecimientos que les acogían.

Empieza a utilizar las casas de sus bienhechores para acoger a numerosos pobres y enfermos que se acercan a su amparo. El espacio estrecho y la situación con sus benefactores se hace insostenible, lo cual le obliga a alquilar una casa en la calle de Lucena. Su actividad es continua, dinámica, inexplicable al entender humano; pide limosna, limpia y ordena su hospital y a sus enfermos; visita y socorre a otros pobres, enfermos y vergonzantes de Granada; cocina siempre frugal; escucha las dolorosas confidencias; estimula a los desalentados y, sobre todo, ora insistente y tiernamente, hallando en el encuentro con Cristo en la oración y en los sacramentos, la fuerza y el ánimo para seguir encontrándolo en el dolor y en el sufrimiento de los hombres, sus hermanos. No hay necesidad a la que no llegue su brazo y su corazón: nobles, mendigos vergonzantes, prostitutas, enfermos de toda clase y condición, peregrinos, niños y ancianos.

Juan entendía la palabra o el concepto “Hospitalario” como hospitalidad en el sentido amplio de la palabra: hospital, albergue, hospedaje, alojamiento, refugio, cobijo. Su fama se extiende y crece y el Obispo de Granada Sebastián Ramírez, llama a Juan Ciudad para hacer público reconocimiento de su caritativa misión y ordenando que desde ese momento se llame Juan de Dios, puesto que de Dios son las obras que realiza. Fundó la Orden de los Hermanos Hospitalarios o de la Caridad. Llevando su actividad en su Hospital de Gomeles, cercano al Monasterio de los Jerónimos, con una técnica humanista – cristiana cada vez más centrada. El se centra en el contenido benedictino “ora et labora”.

Juan cada mañana toma el timón de su obra hospitalaria – humanista – cristiana y ordena su rumbo:
Salía de su celda en amaneciendo, y decía en alta voz donde lo oyesen todos de la casa: Hermanos, demos gracias a nuestro señor, pues las avecicas se las dan; y rezábales las cuatro oraciones, y luego salía el sacristán, y por una ventana por donde todos lo oyesen, decía la doctrina cristiana, y respondían los que podían; y otro la decía en la cocina a los peregrinos, y luego baxaba a visitallos antes que se fuesen, y a los que estaban desnudos repartía de la ropa que dexaban los difuntos, y a los mancebos que veía sanos decíales: Ea, hermanos, vamos a servir a los pobres de Iesu-Cristo. Y él, con ellos, ibanse a la sierra y cogían leña, y traía cada uno su haz para los pobres, y desto tuvo mucho tiempo, que con mucha caridad y voluntad se ejercitaban en este oficio de traer leña cada día. Era tan grande el gasto que en todo lo dicho hacía, que no le bastaba la limosna que en la ciudad llegaba; y a esta causa se empeñaba en trescientos y cuatrocientos ducados con su mucha caridad”.

El significado de su labor ha sido exaltado por varios Papas: «con la penetrante visión de su fe llegó hasta el fondo del misterio que se esconde en los enfermos, en los débiles y en los afligidos; y consolándolos, de día y de noche, con su presencia, con sus palabras, con el alivio de las medicinas, estaba convencido de prestar ese piadoso servicio a los miembros dolientes del Redentor» (Pío XI; en el IV centenario de la fundación de la Orden); «Además de constituir un ejemplo esplendoroso de extraordinaria penitencia y desprecio de sí, de contemplación de las cosas divinas y continua oración, de pobreza extrema y perfecta obediencia, fue espejo limpísimo de caridad tanto hacia las almas como hacia los cuerpos enfermos» (Pío XII; en el IV centenario de la muerte del santo).

La obra social del santo con las clases necesitadas estaba presidida por el lema «vale más un alma que todos los tesoros del mundo». Muchas de sus iniciativas lo colocan entre los precursores de la asistencia social y del progreso hospitalario. El campo específico de su caridad fue el cuidado de los enfermos, pero se extendía a todos: pobres, niños abandonados, jóvenes y viudas necesitadas, muchachos sin medios para estudiar, obreros sin trabajo, gente sin techo, mujeres perdidas sacadas por él del fango y devueltas a la honestidad y a la virtud. La organización y el tratamiento higiénico-sanitario adoptado por él y después por sus discípulos, son sorprendentes: la caridad le hacía intuir el progreso actual en la asistencia a los enfermos. En su hospital, el santo comenzó a separar los pacientes según las diversas enfermedades y en cada cama ponía un solo enfermo. Para los enfermos mentales tenía atención y cuidados particulares. Algunos estudiosos especializados han reconocido que «en cuanto al trato con los enfermos J. fue un reformador» y «el creador del hospital moderno» (C. Lombroso), y que «en la historia de la Medicina, y más concretamente en la de la asistencia hospitalaria, merece un puesto que no podrá borrarse con el transcurso de los siglos».

En 1548 funda otro hospital en Toledo y viaja a Valladolid en demanda de subvenciones al regente del reino, Felipe II, quien le ánima en su tarea. En ocasiones tuvo necesidad de dar testimonio de su caridad heroica: con motivo del incendio del Hospital Real el 3 de julio de 1549, entrando solo entre las llamas sacó a numerosos enfermos y salvó gran parte de los enseres, aunque su salud quedó muy quebrantada; casi un año después se arrojó al río Genil para salvar la vida de un niño que se ahogaba. Su recio temple se deterioró, consumido por los ayunos, el trabajo y el fuego de su espíritu. El enfriamiento subsiguiente por salvar la vida del niño acabó con su ya débil naturaleza. Y aunque se resiste a ello, es obligado a abandonar su hospital y a sus enfermos para ser asistido en casa ajena y morir, de rodillas, alta la frente y con el crucifijo entre sus manos mientras recitaba la jaculatoria «Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu». Fallecía en Granada el 8 de marzo de 1550.

Fue beatificado por el papa Urbano VIII en 1630 y canonizado por Alejandro VIII en 1690, aunque la bula de canonización fue publicada por su sucesor, Inocencio XII, el 15 de julio de 1691, fijándose la celebración de su fiesta el 8 de marzo. León XIII, el 22 de junio de 1886, le declaró junto con San Camilo de Lelis, “Patrón de los hospitales y de los enfermos”, incluyendo su nombre en las letanías de los agonizantes. Pío XI el 28 de agosto de 1930, le nombró “Patrón de las enfermeras y de sus asociaciones”. Su festividad se conmemora el 8 de marzo, siendo también “Patrón de los Practicantes”.


Para terminar, queremos agradecer a Cecilio Eseverri, su extensa obra y su gran aportación a perpetuar el conocimiento enfermero desde un punto de vista tan humanista como el suyo, en una doble visión enfermera y religiosa. Quiero destacar un poema de su libro “Retazos de Vida” que se titula “Médicas” y que dice así:
Auscultando a un niño
simples dolencias
han renacido en mi alma
blancas estrellas.


AGRADECIMIENTOS A:
Margot Corbacho Reguera
Ramón Alejandro Gallego Ramírez
Archivo – Museo San Juan de Dios. “Casa de los Pisa”.
Granada. Testimonio vivo de la hospitalidad.

Fotos: Las fotos están escaneadas de las portadas de los libros de Cecilio Eseverri
Hay una foto de Internet, y otra de Cecilio de un artículo periodístico de Palencia.
La mayoría de las fotos son de Manuel Solórzano, Koldo Santisteban y Raúl Expósito, realizadas en la Casa de los Pisa en Granada en el año 2004.
Dejar de pertenecerse para
entregarse todo entero al que gime
en el lecho del dolor y de la miseria,
es ir detrás de la inmortalidad sin
presentirlo ni apetecerlo.


*Manuel Solórzano Sánchez; **Jesús Rubio Pilarte; ***Raúl Expósito González y **** Koldo Santisteban Cimarro
* Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
** Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
*** Enfermero Servicio de Medicina Interna del Hospital General de Ciudad Real
**** Enfermero Vocal de la Junta del Colegio De Enfermería de Bizkaia
masolorzano@telefonica.net
jrubiop20@enfermundi.com
raexgon@hotmail.com
koldosanci@hotmail.com

3 comentarios:

carmen chamizo dijo...

CHAPEAU amigos, Don Cecilio es un sanjuanín de chaqueta y pantalón y con un clavel como corazón. Felicidades a los tres por el artículo y un beso a Cecilo el mentor de todos/as aquellos que nos hemos interesado por la historia de nuestra profesión.Se lo merecía.
Carmen Chamizo

Francisco Romero Diaz dijo...

Magnífico.Gracias Manuel Solórzano y demás autores por hacernos sentir y amar en mayor grado nuestra profesión.
Todos estos trabajos no hacen otra cosa que estimularnos en el día a día.
El dar a conocer estos "retazos" de la Historia de nuestra profesión, y el dar a conocer a estas personas que tanto han hecho por ella, y ,lo que es más importante, por los demás; hace que personas como vosotros seáis quien estén escribiendo actualmente la historia de nuestra profesión en mayúsculas.
Gracias de nuevo.Realmente hacéis que me sienta en deuda.
Gracias.
Francisco Romero

Cogitare em saúde dijo...

Olá . Parabéns pela continuação de noticias sobre Enfermagem.