domingo, 14 de febrero de 2010

MEDICINA POPULAR EN EL PAÍS VASCO

Ignacio María Barriola empieza su obra haciendo referencia y diferenciándola de las diversas prácticas empleadas por el pueblo con finalidades curativas. Intencionadamente decimos “en el País Vasco”, y no “del País Vasco”, queriendo dar a entender que estas manifestaciones populares no son, ni pueden ser, privativas de nuestro país.


Foto 001: Ignacio María Barriola


¿Qué entendemos por “medicina popular”?. El enunciado consagrado por el uso podrá no ser de rigurosa exactitud, pero expresa un concepto universalmente admitido. Concepto que encierra las diferentes prácticas, desprovistas de base científica, en su apariencia al menos, por las que el pueblo lucha por lograr la salud o la integridad de sus miembros.

La idea de “enfermedad”, como conjunto de alteraciones del organismo que ocasionan su desequilibrio, es relativamente moderna en la Historia de la Medicina, y limitada al terreno de los conocimientos científicos; excluida, por tanto, del cercado del saber popular.
La noción de enfermedad es más elevada; presupone un caudal de conocimientos, una cultura superior. La idea popular de enfermedad se ciñe más bien a determinadas manifestaciones, aparentes y aisladas, del trastorno que se refleja en el estado del paciente, sin ahondar en la naturaleza de ellas, o relacionarlas con causas desprovistas de nexo lógico con las mismas. Para aclarar estos conceptos pondremos unos ejemplos típicos: “la mareadura” de determinada herida por influencia del mar, los tratamientos de índole mágica, el poder del “aojamiento”, la acción preventiva de los amuletos e incluso de algunos productos como “el saquito de alcanfor” colgado al cuello contra la gripe, práctica de todos conocida por su generalización en la epidemia del 18.


Foto 002. Estrabón. Historiador y geógrafo

¡No penséis que vamos a presentar una verdadera Historia de la medicina popular del País Vasco desde sus orígenes hasta nuestros días!. Vana pretensión, evidente para quien sepa del silencio literario que envuelve la vida pasada de nuestro pueblo con la consecuente escasez de fuentes informativas y la importancia que en este aspecto cultural tiene la tradición oral, que olvida y deforma los materiales a ella confiados. En ausencia de datos concretos, justo será sospechar que, como para los demás pueblos del orbe en los que la influencia sacerdotal no marcara con su sello las actividades sociales, fueran dominantes en el aspecto curanderil las manifestaciones mágicas y empíricas, como más idóneas a su grado de cultura, y que ellas perdurarían hasta que el beneficiosos influjo de los conocimientos científicos, venciendo el aislamiento y recelo a toda novedad, característico de la raza, fueron infiltrándose en el acervo de su saber.

Poseemos algunos datos confirmatorios de esta opinión. Arocena cita a Estrabón (54 a J.C.) que aludiendo a los pueblos del Norte de España dice: “exponían a sus enfermos en pública comparecencia y los confiaban a la experiencia ajena”. Asimismo en el “Compendio Historial” puede leerse: “En la Provincia de Guipúzcoa por la mayor parte se han conservado sin médicos con las medicinas simples de yerbas, unciones, clisteres que, según refiere Ambrosio de Morales, sacaban a la plaza a los enfermos para que cualquiera que hubiese tenido semejante enfermedad, dijese lo que había aprovechado de ella; y que los Cántabros fueron muy dados a conocer las yerbas y buscarlas, y que por ellos se halló la yerba llamada cantábrica, según Plinio, que algunos piensan que es la centaura, y usaban la bebida de cien yerbas con agua miel; y siempre les ha importado el buen regimiento que, como dice Avicena, sólo él basta para conservar la salud, como se ha visto por experiencia”. Y como nueva prueba de la escasa inclinación pretérita de los guipuzcoanos hacia la medicina profesional, dice en el Libro Quinto: “De cien años a esta parte se hallan médicos en esta Provincia, y de ellos pocos, que con haber hecho diligencia no he hallado más que diez y siete, porque los naturales de Guipúzcoa no se inclinan a esta facultad, si no es por maravilla”. Y añade que “los que la estudiaron con cuidado salieron aventajados”.


Foto 003. Aita Barandiarán, en las cuevas de Altxerri trabajando.

La costumbre de exponer a los enfermos no es original de estas latitudes. Los babilonios la empleaban según Herodoto, y en la antigua Grecia los enfermos eran conducidos a los asclepieia o templos dedicados a Esculapio para ser tratados por los sacerdotes; lograda la salud, el proceso de su enfermedad y curación quedaban grabados y expuestos en tablas, para experiencia de casos análogos.

Los conocimientos actuales acerca de la medicina popular se lo debemos a las publicaciones de los etnólogos como Azkue, Aranzadi, Barandiarán y Thalamás. Ellos han recogido datos del mayor interés. Estos trabajos están construidos con las observaciones que poseemos acerca de las prácticas antiguas. Estas se deben a la misma limitación de la ciencia, la impotencia del médico ante determinadas manifestaciones, harán que las gentes sencillas mantendrán viva su credulidad, invocando a la experiencia y prometiéndoles con supercherías su curación. En último extremo, la Fe seguirá haciendo milagros o solicitándolos, buscando valedores celestiales, con prácticas matizadas de tintes de superstición y magia. El alma humana es insondable y sus reacciones insospechadas.


Foto 004. Ambrosio de Morales. Córdoba 1513

Aceptamos gustosos la forma de recopilar y sistematizar en estas páginas algunas de las creencias y prácticas curanderiles, antes de que el tiempo borre sus huellas.

Siempre ha habido enfermos y los enfermos han deseado curarse. Gentes de todas las capas sociales se acercaban al curandero en alivio de sus males. El paciente que ve fracasar una a una las esperanzas puestas en los medicamentos y en los doctores que los aplican, persigue incansable la solución a su mal. La aplicación de remedios populares no exige la actuación de individuos especializados en ella. Una parte importante queda reservada a la llamada medicina casera, con prácticas de uso tradicional en las familias, que conservan sus conocimientos de generación en generación. Su campo se limita a métodos curativos empíricos no desprovistos de lógica, y a algunas creencias de valor consagrado: desde el empleo de determinadas cocciones y emplastos, hasta el uso de ciertos preservativos y amuletos.

Lo que caracteriza fundamentalmente las prácticas populares es la intervención del “curandero”, comprendiendo este concepto a personas de ambos sexos. El “curanderismo” es reliquia de la más remota antigüedad, que pervive aún en los tiempos presentes. Aunque desprovisto de todo bagaje científico, el curandero, gracias al dominio de determinadas normas curativas, al tinte ocultista o supranatural con que las matiza, a la cultivada sobrevaloración de sus posibilidades, alcanza fama de elaborador de prodigios ante los espíritus simples que ponen en él su ciega confianza. El saber del curandero se limita a la puesta en práctica de métodos heredados de un maestro, que se empobrecen en la transmisión, a falta de la fecundadora savia del análisis y debido a su empírico empleo.


Foto 005. Colage. Iberia de Estrabón. Avicena y hechicero.

Misterioso es para muchos mortales el origen de las enfermedades que le aquejan; por ejemplo una corriente de aire es causa de la pulmonía; la herida se infecta por la suciedad, la debilidad ocasiona los mayores males, la caída del niño de los brazos que le sostienen ha producido la inmensa mayoría de las desviaciones de la columna vertebral, y así sucesivamente.
Cuando tales efectos no van precedidos de la conocida causa, ésta permaneces secreta y es atribuida a los conceptos vulgares dominantes en la época: será la enfermedad castigo de dioses, producto de miasmas, obra de malos espíritus o de condiciones telúricas o siderales. Entran en función conjuros, ensalmos o supersticiones.

El médico primitivo tenía mucho de hechicero, los magos disfrazaban con superchería su escasez de conocimientos; la ciencia fue desplazando la importancia de las aplicaciones mágicas, mas éstas renacen cada vez que aquélla es incapaz de cumplir su cometido. Añádase que la credibilidad de las gentes es ilimitada, hasta el paradójico extremo de que espíritus fuertes, o que por tales se tienen a causa de su desdén por los dogmas religiosos o científicos, tiemblan ante el maleficio de la sal derramada o de la culebra avistada, y se sienten confiados con la posesión de un amuleto o con el uso y abuso de determinadas fórmulas invocatorias.


Foto 006. Curandera 1881.

De nuestras conversaciones con algunos curanderos hemos quedado maravillados de este propio convencimiento de la eficacia de sus métodos. Sin asomo de recato, hablan de sus éxitos como no lo hace médico alguno consciente, y parangonan, con ventaja para los suyos, los procedimientos que emplean, con los de cualquier renombrado profesional. Su experiencia se cuenta por centenares de casos, si no por millares, y nunca el fracaso ha deslucido los resultados. Creen con fe ciega en el acierto de su ojo clínico, pudiéramos decir, y en la panacea de sus emplastos y bebidas.

En la actualidad hay dos tipos diferenciados de curanderos, el más conocido y de mayor renombre, reputado por sus prácticas empíricas, sus masajes, emplastos o bebedizos aplicados con apariencias científicas, que le proporcionan saneados ingresos y que ejerce como auténtico profesional del curanderismo en la proximidad de las ciudades, manteniendo una especie de consultorio frecuentado por todo tipo de linaje. El otro lo forman individuos de actuación más recoleta con predominio de prácticas hechiceriles, más o menos calificadas de brujería, limitados al terrero rural en el que viven y desarrollan sus actividades manuales. El curanderismo en ellos es accidental, de reputación local, y aceptado solamente por espíritus incultos inclinados a la superstición y al ocultismo. Este sí es campo abonado para el empleo de conjuros y encantamientos, riqueza de todos los folklores. Existe otro grupo que se da más en el extranjero, es una especie de curandería pseudos-científica que agrupa a quiromantes, magnetizadores, radioestesistas, etc. Que con sus conocimientos y poderes misteriosos pretenden diagnosticar y curar a los enfermos.


Foto 007. Objetos de Curanderismo. Museo de Historia Natural, Nueva York.
Los medios curativos los veremos en diferentes grupos, empezaremos por lo que consideran producto de agresiones directas al organismo, como por ejemplo las heridas, fracturas, mordeduras de animales o las ocasionadas por el fuego. La causa productora es suficientemente conocida. Otro grupo está constituido por diversos procesos patológicos cuyas manifestaciones están directamente al alcance de los sentidos, aun cuando no se interpretan correctamente. Entran en él todas las afecciones con una sintomatología aparente, desde los ganglios perceptibles a simple vista o al tacto, hasta la tos, la diarrea o el reumatismo, pasando por todas las enfermedades de la piel. Y por último tenemos otro grupo de enfermedades en las que no es posible encontrar un origen natural ni puede centrarse el pensamiento, tanto del curandero como de las gentes. En este tercer caso tiene un predominio de componente supersticioso, atribuyendo a agentes sobrenaturales el origen de la dolencia (convulsiones, locos); así entran en juego los malos espíritus, las brujas, el aojo y otras creencias.

La víctima del encantamiento tiene que luchar contra el ente que se ha hecho dueño de su organismo, pero es inútil intentar hacerlo con medios naturales no acomodados a la índole de aquél. ¿De qué puede servir la aplicación de remedios, el robustecimiento del paciente, las normas higiénicas o los consejos prudentes, si todos ellos son incapaces de desalojar al maléfico espíritu del cuerpo que domina? La única curación posible está supeditada a su expulsión, y ésta se logrará únicamente por medios prodigiosos.

Así, en las manifestaciones del primer grupo tienen su indicación los medios habituales de la que pudiéramos llamar medicina doméstica o casera. Las del segundo son patrimonio de los curanderos en su acepción ordinaria y más conocida de nuestros tiempos. Las del tercero entran en el campo de las prácticas supersticiosas o hechiceriles que van perdiendo predicamento con el retroceso de la incultura.

En la antigüedad, la enfermedad estaba considerada como castigo de dioses, en el paganismo las prácticas curativas iban dirigidas a aplacarlos, y la medicina adquiría con ello un matiz religioso del que se derivó el mágico que predominó simultáneamente o en épocas posteriores, según las creencias de los pueblos. Con la difusión del cristianismo el componente religioso varió de aspecto y lejos de extinguirse sobrevive todavía.

Como dice Sigeris, la medicina primitiva es la progenitora de la medicina popular, y está formada por los tres componentes, el empírico, el mágico y el religioso. La magia, como estrato inferior, se acantona en mentalidades incultas; la religiosidad se sublima en el cristianismo con los principios de expiación o conformidad, amparándose en la Fe, manteniéndose en las prácticas de culto o deformándose con las supersticiones; el empirismo fecundado por la observación y la experimentación ha creado la base de la medicina científica.

Heridas. Inflamaciones
Las diversas formas de aplicación del calor, tan beneficioso en tantas y tan variadas afecciones, tienen un objeto definido, importando poco que para su mantenimiento se recurra en los emplastos a los caracoles, al chocolate o a las deyecciones de los animales. El masaje bien dado procurará beneficiosos resultados, vaya o no acompañado de ensalmos o conjuros. Es práctica frecuente de medicina casera el tratar los molestos y pertinaces zumbidos de oídos, depositando en ellos unas gotas de leche o aceites calientes con la pretensión de saciar el hambre del imaginativo gusano allí alojado. ¡Cuantas veces tales zumbidos tienen por causa la existencia de un compacto tapón de cerumen cuya salida se facilita con el previo reblandecimiento obtenido con el aceite caliente!

En las heridas, el primer problema que se plantea es cómo contener la hemorragia, donde y cuando el agua oxigenada no es de uso corriente, se recurre a procedimientos más primitivos y muchas veces relacionados con el propio oficio: el zapatero utilizará la pez, el casero buscará por los rincones del establo la tela de araña que, como frágil tejido, servirá de trabécula al coágulo en formación. Por inadecuado que parezca el medio debió de ser habitual, en otras latitudes incluso, a juzgar por el siguiente pasaje del “Sueño de una noche de verano” en el que Shakespeare pone en boca de “Lanzadera” esta frase dirigida a “Telaraña”: “Me alegraré de trabar con vos más íntimo conocimiento, maese Telaraña; y si alguna vez me ocurre cortarme el dedo, me tomaré la libertad de recurrir a vos …” (Acto III. Escena II).

Foto 008. Shakespeare

Se ha cohibido la hemorragia, pero hay que procurar que la herida cure bien. Para ello se cubrirá con grasa sin sal, poniéndole encima una hoja de hierba de la Virgen, recogida en zarzales vecinos a los riachuelos, o bien una hoja de higuera. Con idéntico objeto conviene alejarse de la presencia del mar, de tan nociva acción sobre las heridas, creencia extendida entre gente de tierra y también entre pescadores. Para evitar su maléfico influjo llevan éstos ajo y sal en el bolsillo, como también en el País Vasco-Francés en donde no los olvidan incluso para cruzar un puente sobre el río.

A pesar de tan diligentes cuidados, al pasar los días, la herida va tomando mal aspecto; el médico diría que se ha infectado, pero el vulgo, desconocedor del poder patológico de los invisibles microbios, sentenciará que se ha “mareado”; la mareadura ha ocasionado el pasmo de la herida, contingencia producida por diversas causas o por la influencia del mar.

Con profunda convicción contaba un anciano el proceso seguido por una herida que se produjo en su oficio de panadero y el eficaz tratamiento con el que logró su curación. Una mañana de domingo, al meter los panes en el horno, se hirió la mano con un hierro. Contenida la hemorragia, se vendó con unas hilas.

Salió a la tarde con un amigo y dieron un paseo al sol entre la Avenida de la Libertad y el barrio de Gros en San Sebastián, cruzando el Puente de Santa Catalina. Al retirarse al anochecer, advirtió, por unas punzadas en la mano lesionada, que la herida se había “mareado”; y reprochándose al instante la temeridad de sus paseos frente al mar, se dispuso a poner remedio a su mal. Despreciando la recomendación que le hicieron de colocar, simplemente, la mano sobre una cuchara y un tenedor cruzados, prefirió recurrir al “agua de mareaduras”, realizando la técnica siguiente en todos sus detalles: coger un puchero de barro lleno de agua que se pone a hervir con tres hojas de laurel y doce blancas piedrecitas, llamadas piedras de sal de las que se recogen en la orilla de los regatos. En ebullición el agua, se vierte en una cazuela ancha, y en su centro se coloca un puchero invertido, sin dejar salir hojas ni piedras que quedan bajo él; sobre su fondo se ponen una tijera, un cuchillo y un peine cruzados, para sobre ellos mantener durante unos diez minutos el miembro afectado, cubierto con un trapo.

Foto 009. Caldero para conjuros de los druidas.

Si la herida estuviese “mareada”, el puchero se “traga” el agua de la cazuela, y el vaho atrae el “pasmo”. La operación se repite unos días hasta lograr la curación. Este procedimiento, con ligeras variantes, es familiar a los vascos de ambas vertientes del Pirineo, bien añadiendo nueve trozitos de teja como en Goizueta, o poniendo además unos ajos, como al otro lado.

Peine, tijera, cuchillo, aguja, instrumentos punzantes, forman el principal componente supersticioso de la cura, y junto a ellos el imprescindible signo de la cruz.

Volviendo con las heridas, puede suceder que a pesar de los exquisitos cuidados con que hemos visto tratarlas, continuasen empeorando y llegasen a presentar signos de erisipela. En tal caso, debe recurrirse al cocimiento de la rosa de cien hojas o rosa centifolia que goza también de la propiedad de curar los ojos enfermos, o bien ser tratada con el emplasto preparado con un litro de vinagre, y un cuarterón de polvo.

Agradecimientos
Ignacio María Barriola

Foto 010. La extracción de la piedra o El cirujano 1555.

FOTOS
Foto 001: Ignacio María Barriola. Portada del libro Crónica de mi vida y entorno.

Foto 002 Estrabón. 64 a. C. fue un geógrafo e historiador griego conocido principalmente por su obra “Geografía”.
http://historiainfinita.files.wordpress.com/2008/09/496px-strabo.jpg

Foto 003. Aita Barandiarán, en las cuevas de Altxerri trabajando.
http://www.kultura.ejgv.euskadi.net/r46-7512/fr/contenidos/informacion/altxerri_aurkikuntza/fr_11821/images/altxerri_103.jpg

Foto 004. Ambrosio de Morales. Córdoba 1513. Humanista, historiador y arqueólogo español.
http://www.espeleomalaga.com/portal/images/stories/mundus/Cueva%20del%20Higueron/Ambrosio%20de%20Morales%20Grabado%20de%20Francisco%20Muntaner%201791.jpg

Foto 005. Colage. Iberia de Estrabón. Avicena y hechicero.
http://www.vallenajerilla.com/berceo/villacampa/estrabon.jpg
http://i24.tinypic.com/fedkd5.jpg

Foto 006. Curandera 1881.
http://www.galeriacubarte.cult.cu/documento/VPL-CURANDERA.JPG

Foto 007. Objetos de Curanderismo. Museo de Historia Natural, Nueva York. Fotografía de Manuel Solórzano. Diciembre 2009

Foto 008. Shakespeare
http://api.ning.com/files/BNNLyIt6YoqDeJ93wTN6PfXMAHpBxS0EadB5uv8Gd6oBXlsdZhGikwaKTNksmVTtSkQ-HGQmbKRptdzOjQlx66MMF9RTqs5d/williamshakespeare.jpg

Foto 009. Caldero para conjuros de los druidas. Los antiguos druidas efectuaban ritos en los cuales un caldero simbolizaba la abundancia de la diosa. Se decía que era una ocasión neutral e intermedia, una temporada sagrada de superstición y de conjuro de espíritus.
http://www.dearqueologia.com/gundestrup/gundestrup_caldero.jpg

Foto 010. La extracción de la piedra o El cirujano 1555. Hemesen, Jan Sanders van: (1500, Hemishem - 1566, Haarlem). Óleo sobre tabla, 100 x 141 cm. Museo del Prado, Madrid. España.
http://www.fisterra.com/human/3arte/pintura/temas/piedra_locura/images/0A%20Piedra%20locura%20Van%20Hemesen.jpg

Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Hospital Donostia. Osakidetza /SVS
masolorzano@telefonica.net

1 comentario:

Doria dijo...

Hola! me llamo Doria, soy de Granada, estudié enfermería y actualmente trabajo en investigación con temas relacionados con la bioética.
Mi marído está escribiendo un blog a raiz de ser diagnósticado de un tumor bastante agresivo este verano.
Os paso la dirección del blog, porque pienso que puede ayudar mucho a todo el mundo, tanto a los que padecen esta enfermedad, como a los que los rodean y a nosotros los profesionales...
http://manujurama.blogspot.com

Empezad leyendo la 1ª entrada ¿cuánto vale lo que tenemos?
un saludo y gracias por la atención prestada.