sábado, 9 de abril de 2011

HISTORIA DEL PISTERO



La Autora original de este trabajo es mi amiga Teresa Miralles Sangro, profesora titular de la Escuela Universitaria de Enfermería de Alcalá de Henares. Además de tener varios libros publicados, tiene numerosos artículos tanto nacionales como internacionales a cada cual mejor y también comunicaciones, conferencias y ponencias a nivel Nacional e Internacional. Es muy interesante y fácil leer sus múltiples trabajos.





Este trabajo sobre “El pistero”, aunque anteriormente ya lo había presentado, fue su particular colección lo que llamó la atención en el XI Congreso Nacional y VI Internacional de Historia de la Enfermería celebrado el año pasado en Noviembre en Barcelona. Si queréis consultar el resumen del Congreso de Barcelona, está en estas dos direcciones:




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Me vuelve asombrar mi amiga y querida enfermera Mª Teresa Miralles Sangro, su magnífica y extensa exposición esta vez para sorprendernos gratamente fue la exposición de múltiples “Pisteros”. Con el fin de conocer el origen y la historia de un instrumento tan cotidiano durante un tiempo para las enfermeras como fue el pistero y tomando como punto de partida su definición: el diccionario de Lengua Castellana incluye el término pistero en 1882 y lo define como: de pisto, jugo de aves), vasija, por lo común en forma de jarro pequeño o taza, con un cañoncito que le sirve de pico y un asa en la parte opuesta, que se usa para dar caldo u otro líquido a los enfermos que no pueden incorporarse para beber.


Igualmente, se pone de manifiesto que el pistero fue útil y se empleó habitualmente durante un siglo, siendo utilizado en dos ámbitos: en un principio, en el doméstico por la madre, esposa o hermana dentro del plano familiar o por la doméstica encargada de los cuidados del enfermo y más tarde en el sanitario, hospitales, sanatorios y asilos, por enfermeras y religiosas.


Su Trabajo

Hacia tiempo que lo conocía cuando yo tomé conciencia del pistero. En realidad los coleccionaba. Hace muchos años que despertó en mí la curiosidad, el interés por identificar, buscar y reunir aquellos utensilios que sirvieron en su momento para ocuparse de, preocuparse por, confortar a, en definitiva cuidar a las personas.


En rastros y mercadillos había comprado frascos, medicamentos, ropas, vasos, biberones, vacías, pisteros, libros con estampas alusivas, todo lo encaminado a ofrecer cuidados para la vida. Con ocasión de un nuevo hallazgo y al poner el objeto junto a los demás, me di cuenta de que tenía bastantes pisteros, casi todos distintos y desde luego de muy diversa procedencia. Los había comprados, regalos de familiares para mi colección, otros fueron donaciones de sus dueñas, después de mucha conversación y algo de súplica, y también alguna colega interesada en el mismo tema, hizo su aportación.


Me pareció un instrumento que por su “humildad” había pasado inadvertido, como de puntillas. Alguien lo diseñó, lo inventó. Los artesanos primero y más tarde la industria se interesaron por él, y con el tiempo fue desapareciendo en silencio, despacito, sin hacer ruido, para dejar paso a su sustituta la jeringa.


Pero ¿qué es un pistero?. Esta sería la primera pregunta. Partir de su definición nos permitiría conocer ese “algo más” sobre su origen y reflexionar, en los inicios del Tercer Milenio, sobre lo que ha supuesto la presencia del pistero en un momento determinado, convirtiéndose así en el hecho histórico sobre el que comenzar nuestra investigación.


Roque Bárcia define el pistero, en el año 1882, como “vasija en forma de jarro pequeño, con un cañoncito que le sirve de pico, y que se usa para dar caldos o líquidos a los enfermos agravados”. (Diccionario general etimológico de la Lengua Española, 1ª Edición).


Aquél mismo año 1884, el Diccionario de Lengua Castellana de La Real Academia Española incluye el término pistero y lo define como; “(De pisto, jugo de aves) m. Vasija, por lo común en forma de jarro pequeño o taza, con un cañoncito que le sirve de pico, y una asa en la parte opuesta, que se usa para dar caldo u otro líquido a los enfermos que no pueden incorporarse para beber”. (Diccionario de la Lengua Castellana. Por la Real Academia Española. Duodécima Edición).


Esta definición aparece, con pocas variaciones, en otros diccionarios y enciclopedias de la época y se mantiene en el tiempo, pudiendo encontrar en la actualidad la descripción del pistero como “vasija pequeña con cañoncito que le sirve de pico y un asa en la parte opuesta, que se usa para dar de beber a los enfermos”. (Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano 1894. Enciclopedia Espasa 1896).
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Desde el punto de vista etimológico la palabra pistero deriva del latín pistus, machacado; “Jugo o substancia que, machacándolo ó aprensándole, se saca del ave, especialmente de la gallina ó perdiz, el cual se ministra caliente al enfermo que no puede tragar cosa que no sea líquida, para que se alimente y cobre fuerzas”.


En algunas ocasiones la designación del pistero varía adoptando localismos; en Cataluña se le identifica como “bebedor de malat”, en la provincia de Guadalajara “pitorrilla” y en Soria “tetero”. (Información recogida mediante entrevista pautada con las mujeres de Medranda y Castiblanco en Guadalajara.


María Moliner define el pistero como “picoleta”, vasija de forma especial prolongada por un lado en forma de caño y con asa en el lado opuesto, que se emplea para dar alimento líquido a los enfermos que no pueden incorporarse para tomarlo”. (Diccionario de uso español. Gredos. Madrid).


En el País Vasco, en los caseríos a los pisteros se les llamaba de dos formas, una de ellas era tutu-katilu y la otra gargail-ontzi. (Iñaki Villoslada Fernández, técnico de euskera de la Unidad de Comunicación del Hospital Donostia, de San Sebastián).


El diccionario nos permitió comprobar que el vocablo pistero hace referencia, en primer lugar, al contenido para el que está diseñado; el pisto, caldos y purés. Pero además, en la definición del término se incluye al destinatario de su contenido; el enfermo que no puede incorporarse, estableciendo así la relación de ayuda en la alimentación como expresión del cuidado, y enlazando directamente con nuestro sistema de referencia, la actividad de cuidar.


Llegado este momento, completamos nuestra pregunta: ¿Era el pistero un instrumento creado por y para el uso doméstico del que más tarde se valen las enfermeras? o, por el contrario, ¿Es el pistero un instrumento para la alimentación de los enfermos, concebido en el ámbito sanitario/hospital y utilizado por enfermeras religiosas y laicas? En la búsqueda de datos comenzamos estudiando el contenido y la utilización del pistero, por lo que tuvimos que indagar sobre el pisto como alimento destinado a los enfermos.


La nutrición ha sido utilizada desde tiempos remotos como medio para recuperar la salud. El tipo de alimentos que se ofrece a la persona enferma se enmarca en cada contexto cultural. En la Península Ibérica, los dietistas medievales hacen referencia a la nutrición como primera barrera contra la enfermedad; Arnau de Vilanova (1239-1311), en su libro De conservanda iuventute et retardanda senectue o el Regimen sanitatis, concede gran importancia al caldo de, entre las aves, la mejor sería la gallina, el pollo y el capón, es decir, el pisto, como reconstituyente para enfermos y convalecientes.


Del mismo modo, Sebastián de Covarrubias, capellán de Felipe III, en su obra Tesoro de la lengua castellana o española (1611), introduce el término pisto como denominación de “la sustancia que se saca del ave, habiéndola primero majado y puesto en una prensa, y el jugo que de allí sale volviéndolo a calentar se da al enfermo que no puede comer cosa que haya de mascar, porque con aquello, en efecto, le dan la sustancial del ave”, lo que constata que en el siglo XVII el pisto fuera utilizado como remedio contra la enfermedad.


Prolongando la búsqueda, encontramos que en el Diccionario de Autoridades la palabra pisto se explica como “el jugo o substancia, que machacándolo o aprenfandolo, fe faca del ave, efpecialmente de la gallina o perdiz: el cual se ministra caliente al enfermo que no puede tragar cofa que no fea liquida, para que fe alimente y cobre fuerzas”. “A los enfermos de mayor peligro les hacia echar en los piftos y caldos, polvos de perlas y otras cofas cordiales. A piftos, que fignifica poco a poco, con efcaféz y miferia”. La dieta, junto con la sangría y la purga constituían los tres pilares terapéuticos del momento.


J.Prieto y A.Galindo, en su trabajo sobre la clasificación y significado de los términos utilizados durante los siglos XVI y XVII recogen algunos que forman parte de la alimentación de los enfermos y parecen susceptibles de que se administraran en pistero. Podemos destacar de entre ellos la absintina, principio amargo y tóxico del ajenjo, empleado como tónico y estimulante que puede ingerirse en forma de infusión. La bebida cordial, obtenida de la mezcla de flores en infusión, y el cocimiento, resultado de hervir en agua sustancias medicinales como leños, raíces, hojas, cortezas, buscando promover la sudoración del enfermo.


Además, el Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana especifica que la palabra pisto procede del “jugo de carne de ave”, Principios del Siglo XVII. Del latín pistum, participio de pinsare “machacar”, pero no es seguro si el castellano lo tomó del dialecto mozárabe, o lo derivó del raro verbo pistar “machacar algo para sacarle el jugo” (1629), que a su vez hubo de tomarse del it. dial. pistare, it. pestare “machacar”, procedente del latín vg. pistare, intensivo de pinsare.


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De todos modos, en algunas publicaciones de medicina popular, herencia de los famosos “libros caseros”, aparecidos en las últimas décadas del siglo XVII y primeras del XVIII se pone al alcance del público profano una literatura orientada a fomentar la higiene y educación sanitaria en los que tiene su apartado la alimentación a los enfermos. De ellos destacan la Georgica curiosa de W.H. von Hohberg (1682), El ecónomo prudente de F.P.Florinus (1707), o el Padre de familia escrita por el Barón de Münchhausen.


No hemos encontrado ninguna alusión al modo en como se suministraba este tipo de alimento en la Edad Media. Por lo que hay que suponer que se emplearan los mismos utensilios, cuencos y vasos, que utilizara el resto de la familia, aún con el riesgo de derramar el líquido. Lo que sí nos consta es que en tiempos de Felipe II se usó el pistero como utensilio para proporcionar líquido al enfermo. Se recoge en el Inventario de reales bienes muebles que pertenecieron a Felipe II. El mismo Rey en una carta escrita a su hija en 1586 relata las enfermedades y medicaciones a que le sometían, leemos: Por que de la gota tuve algunas calenturillas fue menester sangrarme dos veces que me hizo mucho provecho. Junto a la sangría venía la purga. Sánchez Cantón atestigua que a consecuencia de la frecuencia del empleo de esta técnica, se le fabricó un vaso, que tenía media caña que sube desde el borde, con un pico largo junto al pie, para purgarse, según consta en la testamentaría del rey. (El estreñimiento. Una mirada a través del tiempo. J. Puerto Sarmiento. Aran. Madrid 1999)


Sin embargo, el pistero como tal no aparece en la literatura hasta el siglo XIX. De los que comienzan a publicarse en este periodo destaca El médico del Hogar escrito por la doctora Jenny Springer, premiado, en la Exposición Internacional de Higiene de Dresde en 1911. En el capítulo dedicado a “Los cuidados prestados a los enfermos” la autora hace referencia a los que no pueden comer por sí solos, recomendando se les administre alimentos líquidos “que se le introducirán en la boca mediante unas vasijas con pitorro”.


Ya iniciado el siglo XX aparecen otros títulos, en la misma línea, editados en España; La salud, (1925), El médico en casa (1925), La enseñanza de las ciencias y las artes del Hogar (1928), El tesoro de hogar (1932), Guía práctica de la salud (sin fecha, aunque por el tema y tipo de edición, con ilustraciones art-decó, coincide con la época), en todos ellos se trata el tema de la alimentación a los enfermos.


Rossiter incluye el pistero, como instrumento, en la relación del “Equipo de que ningún hogar debe carecer” de su libro El Tesoro del Hogar, identificando su contenido como: “La carne de gallina, ligera y digestiva se recomienda a los enfermos y a los convalecientes y a los individuos cuyo estómago es difícil; se extrae de ella un caldo reconfortante”, y describiendo la técnica de su manejo “Los enfermos postrados en cama con fiebre, pueden beber mejor usando un pistero o tubo de cristal encorvado, lo que les libra de sentarse, ser levantados y de otros inconvenientes”.


Si bien los efectos terapéuticos y reconstituyentes del caldo de pollo se conocen, de forma empírica, desde hace siglos, su base científica no es del todo conocida. En la actualidad, Stephen Rennard ha llevado a cabo una investigación sobre sus efectos en el sistema inmune, llegando a la conclusión de que “el caldo de pollo alivia los síntomas del resfriado al reducir la inflamación de las mucosas de la nariz, la garganta y los pulmones” al disminuir la acción de los neutrófilos. (El caldo de pollo y su papel en el sistema inmune. Centro Médico de la Universidad de Nebraska. New Scientist/El Mundo. Número 406).


Una vez vistos el origen y la historia del vocablo, examinados el contenido y la finalidad del objeto, nos queda estudiar la colección de pisteros. Se trata de un total de 35 piezas, que han sido agrupadas por criterios de fabricación, material, fecha, lugar y adecuación de estilo, así como por su procedencia y contextualización histórica.


Partimos de la premisa de que aunque el pistero es una vasija, de tamaño manejable, de considerable profundidad y destinado a contener algún líquido, tiene unos rasgos, específicos y peculiares que lo caracterizan. En primer lugar, el tamaño de la abertura por donde se llena. Esta abertura, que en otras vasijas suele estar completa, y se adapta a la forma del círculo que la conforma, en los pisteros, está algo cerrada, generalmente una tercera parte del círculo, para que el líquido no se vierta sobre la persona que lo bebe. La segunda característica es el pitorro, de más o menos longitud, que insertándose en el cuerpo del pistero facilita, mediante un fino chorro, el vaciado del contenido.


Los materiales utilizados en la fabricación de los pisteros son la cerámica y el vidrio. En la presente colección predomina la cerámica, con 32 unidades, frente a 3 de vidrio. Los de cerámica, todos ellos vidriados para salvar su porosidad y evitar que el líquido rezume, están clasificados en barro, loza blanca, China Opaca y porcelana de pasta dura y translúcida.


Identificar quién y dónde hizo los pisteros nos obligó a recordar la evolución de la cerámica y entroncar en ella la datación y origen de nuestro objeto de estudio. La cerámica Ibérica comienza su historia con la invasión de los árabes, mucho más evolucionados en el dominio artístico, en el siglo VIII. A partir del siglo XIII la cerámica hispano-morisca, producida por los musulmanes, comienza a expandirse por diversas localidades de las provincias de Cataluña, Valencia y Aragón, es la cerámica llamada de “brillo”, más tarde, durante los siglos XVI y XVII adquirieron gran auge los hornos de Talavera y Puente del Arzobispo, y también en otras muchas localidades.


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Inicialmente, los objetos fabricados en cerámica fueron ornamentales aunque las formas se corresponden a las tradicionales vajillas, platos y potes, de metal y barro de épocas anteriores. La llegada del XVIII supondrá un cambio en la concepción de la cerámica, quedando claramente diferenciados los objetos de uso corriente de los que decoran las viviendas de la nobleza.


Dentro de la categoría de cerámica utilitaria, es a finales del XVIII o principios del XIX, cuando se produce el verdadero auge artístico y creativo, aunque los servicios de mesa seguían siendo, en su mayoría, metálicos, de estaño o de plata, y en la cocina se mantenía el cobre. Pero la cerámica se introducía de manera imparable y llegaba a todos los estratos de la sociedad. Las fábricas de producción proliferaron cubriendo la variada demanda. Por un lado existía una cerámica popular, de procedencia rural o urbana, y por otro, la cerámica de calidad, que tenía asegurado un mercado, estable pero reducido, en la alta sociedad. En resumen, la riqueza y variedad de las artesanías es el espejo en el cual se refleja la complejidad geográfica e histórica de la Península Ibérica.


Tenemos un espléndido ejemplar que, a principios del siglo XX, fabricó, en loza tosca coloreada, un artesano anónimo. Al igual que otras muchas piezas de la colección este pistero no tiene marca. También de loza, identificamos otros ejemplares en blanco. Aunque no es fácil establecer el orden cronológico, pues el mismo molde se utilizaba durante mucho tiempo, por su hechura y ausencia de marca, incluimos su datación en este periodo.


A pesar de que los modelos, anteriormente reseñados no tienen marca, es habitual que las piezas de cerámica presenten una marca que las identifique. Por lo que se refiere a los pisteros, algunos llevan la marca en seco, encuadrada entre líneas, encerrada en círculo o simplemente aparecen las iniciales de la fábrica en letra itálica.


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En tierras ricas en caolín o arcilla, como Galicia, se produjo la loza iluminada de la fábrica de Sargadelos, como muestra de ellos queda un magnífico ejemplar en el Museo Provincial de A Coruña. Es un pistero grande y redondo, coloreado a pincel sobre bizcocho, y estampado con paisaje fantástico.


De la fábrica Ibero-Tanagro, hay un pistero de “China opaca” y otro de loza blanca, con marcas inscritas en verde en el reverso de las piezas, que se corresponden con los años 40 del siglo XX.


De la industria de Sevilla, los talleres de loza en La Cartuja, elaboraron cantidad de elementos para las vajillas, conocidos también como cerámica de Pickmann. Entre su manufactura encontramos varios pisteros, redondos, ovalados y con forma de pato, cuyas bases muestran la marca de la fábrica, un ancla coronada, que se utilizó durante el primer cuarto del siglo XX.


La Fabrica de la Moncloa cierra definitivamente su manufactura según real decreto de 1850. El grueso de su archivo se ha conservado en el Palacio Real de Madrid, concretamente en la sección administrativa. En su sección de inventarios (A.G.P. Sec. Admón. Leg/770) hemos encontrado, en el apartado de Loza, la relación de 10 jarras de “pico de pato” y 4 jarras pequeñas de “pico de pato”.


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Una idea de la popularidad del pistero, a principios del siglo XX, nos la da su manufactura y comercialización. De esta época tenemos la información que nos facilita la lista de precios de 1908 de la fábrica de loza y porcelana Falcó y Compañía, en Valdemorillo (Madrid). Esta lista nos informa de la producción tanto de vajillas como de objetos de todo orden, entre los que se encuentran los pisteros. Los pisteros largos con forma de pato, en blanco, se vendían a 0,70 ptas. Los decorados con filete azul a 0,90 ptas. El precio de los decorados con filete oro, estampados y bandas con filete de oro era de 1,00 ptas. Del mismo modo se incluyen en el listado los precios de los pisteros redondos. Su costo es análogo, pero los redondos tienen otra posible decoración: Estampados, fondo, fondito, bandas y filete coral, cuyo valor asciende a 0,95 ptas.

En cuanto a la forma, pueden clasificarse en tres grupos: las adaptadas a la figura de animales (4) con que se guisa el pisto, palomas, patos, gallinas. Ovalados (25) que representan una mayoría, y redondos (7), que son los mas antiguos y por eso mismo son mas escasos y difíciles de encontrar. Dentro de estos, la variante puede ser el lugar donde se inserta el asa para cogerlos, unas veces sale del lado opuesto al pitorro o caño (4) y otras veces sale del frente de quien lo coge, al lado izquierdo del pitorro (3).

El tamaño del pistero deriva de la naturaleza de su función. La persona enferma y postrada en cama, tiene que beber, a pequeños sorbos, cantidades regulares y frecuentes, de donde se deduce que ni el tamaño ni la capacidad del pistero necesitan ser muy grandes. De los estudiados, los mayores (7) alcanzan los 200 ml., los medianos son los más frecuentes (25) con capacidad para 100 ml. y por último, los más pequeños (3) con una cabida de 50 ml. Otra aplicación menos frecuente del pistero es la dispensa de medicamentos. En este caso su tamaño es francamente menor, 25 ml.


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La decoración aunque variada nos permite establecer distintos grupos. Todos ellos tiene en común la pertenencia del pistero al grupo de los enseres domésticos y, más concretamente, a aquellos destinados al cuidado de la vida en un momento específico, el de la enfermedad de un ser querido. Con la dificultad añadida de la necesidad de hacerlo tumbado.

Una de las características de los pisteros populares “piezas sueltas de taller artesanal, generalmente sin marca” es la belleza de sus formas. El hombre, al fabricar los útiles que precisa para satisfacer sus necesidades (materiales y espirituales), ha tratado de crear algo bello siguiendo la tendencia de plasmar un reflejo de su propia alma en la obra realizada. Los pisteros no son una excepción.
De la primera etapa, finales del XVIII y a lo largo del XIX, descubrimos pisteros de barro coloreado, tratando de seguir los colores del animal del que han adoptado su forma, paloma, pato o gallina. También de esta época hay pisteros redondos, con el asa al frente, y dibujo vegetalista de ramas y flores.
Iniciado el siglo XX la decoración se centra, las más de las veces, en la parte superior del cuerpo. Es un trébol en relieve, algunos en color, que cierra medio círculo de su embocadura, y que se apoya en hojas de las que parten los tallos que recorren el pico llegando al final de su embocadura.


Otro grupo son los pisteros que forman parte de las piezas de unas vajillas. En este caso, como es natural, su decoración es la misma que para el resto de las piezas y por lo general están identificados con marca de fábrica.

En cuanto a los pisteros de cristal (4) “incoloro y soplado al molde” al fabricarse de uno en uno, son todos diferentes. Su decoración se repite: una flor de estilo modernista en la parte superior. La flor, de línea sinuosa, estilizada, geométrica y angular, fue el elemento decorativo utilizado, en otras artes decorativas, de los estilos modernistas durante las décadas del 1920 y 1930.

Para la contextualización de todos estos datos en el mundo de los cuidados al enfermo, era necesario averiguar si la utilización del pistero fue únicamente popular y doméstica, o también alcanzó el ámbito profesional de la enfermería. Y en caso de ser así, ¿cuándo empiezan las enfermeras a usar el pistero? Planteamos la búsqueda a partir de la fecha en que la Real Academia Española incluye el término pistero en su Diccionario, el año 1884.
En este contorno de época y tiempo, finales del siglo XIX, las enfermeras laicas que había en España eran pocas, con bajo nivel cultural y escasa formación. Por el contrario, la mayoría de las enfermeras eran religiosas, formadas por de las distintas órdenes con el fin de cuidar a los enfermos. No es hasta el año 1898 cuando se inaugura en España la primera escuela para enfermeras laicas, aunque sin ninguna relación con las instituciones docentes. Se trata de la Real Escuela de Enfermeras de Santa Isabel de Hungría. La regulación oficial de los estudios de enfermería tuvo lugar durante el reinado de Alfonso XIII, mediante Real Orden el año 1915. A partir de ese momento se crea una nueva ocupación sanitaria, la enfermería.
Rastreando los manuales que se utilizaban en la época, para la formación de enfermeras, encontramos que la mayoría incluyen el tema de la alimentación de los enfermos, con títulos como; “Alimentación para enfermos”, “Menú para convalecientes”, “Alimentación infantil”, “Maneras de presentar y servir comidas a los enfermos”, “Dietética y Farmacia doméstica”, “Alimentos empleados en enfermedades febriles”.

En cuanto a la utilización del pistero por las enfermeras, los tratados profesionales de aquél periodo, recomiendan a la enfermera usar un tubo metálico, o mejor un tubo de cristal (chalumeau), o si no puede aspirar, echad el líquido despacio en su boca por medio de un pistero, así consta, entre otros, en el “Manual de la Enfermera Hospitalaria”, editado por la Cruz Roja en 1931. Al lado de los textos casi siempre encontramos las correspondientes ilustraciones.
El único autor que mostró su disconformidad con el uso del pistero fue el Dr. Manuel Usandizaga que en su libro “Manual de la enfermera” (1934), advierte: Cuando un enfermo no se puede incorporar, las bebidas se le pueden dar con un pistero (mal procedimiento), con un vaso especialmente construido para este fin o, mejor todavía, con un grueso tubo de vidrio acodado, que se utiliza como las pajas con que se sirven los refrescos en los cafés.

Sin embargo, unos años mas tarde se sigue proponiendo el uso del pistero en los libros de enfermería; Valls Marín en su “Manual de la Enfermera” (1940) recomienda Para la toma de líquidos también se puede utilizar el corriente pistero. El Dr. Murga autor de “La Enfermera Española” (1942) propone utilizar el pistero cuando el enfermo no puede alimentarse por sí sólo.

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A. Box en el “Manual para Practicantes, Matronas y Enfermeras” que redactó en 1951, nos explica las ventajas y los inconvenientes del uso del pistero. A los enfermos que no pueden incorporarse para tomar los líquidos (caldo, leche, extracto de cereales) se les proporcionan éstos con un pistero, con un vaso especial o haciéndoles que chupen con una varilla hueca de vidrio desde el vaso, como si se tratase de una paja de refresco. Este último método es el más limpio y está muy extendido en América. El pistero es de difícil limpieza, pues tiene rincones. Los vasos especiales resultan caros y se rompen mucho.


Pimulier F.S. describe en el “Manual del Practicante” (1952) como alimentar a los enfermos que no pueden hacerlo por sí solos: ...requiere, por parte de la enfermera, especial atención para evitar la ingestión de los alimentos a temperatura y cantidades excesivas. Cuando se trata de alimentos líquidos se utiliza, corrientemente, el pistero dejando al paciente pausas suficientes para efectuar la respiración.

En el año 1953 se unifican los títulos de Enfermeras y Practicantes en Ayudante Técnico Sanitario, unificándose también sus estudios, que persiguieron una formación técnica en línea con el desarrollo de la medicina en los grandes hospitales. El Tema de la Alimentación se trata como Nutrición y Metabolismo o bajo el epígrafe Nociones de Terapéutica y Dietética. El pistero como elemento auxiliar para la alimentación de los enfermos no aparece.

Esto contrasta con la práctica asistencial. Durante la década de los años 60 en los centros sanitarios, ya fueran clínicas, sanatorios, hospitales o asilos, la utilización del pistero, todavía, era habitual. Como utensilio destinado a la comida de los enfermos, formaba parte y era del mismo material (anagrama o iniciales estampadas en la loza o porcelana) de la vajilla del centro al que pertenecieran. Nos cuenta una ATS que lo utilizaban para iniciar la tolerancia a la alimentación de los enfermos, con agua, manzanilla, té, o caldo de pollo. Era frecuente que cada habitación contara con un pistero para los posibles enfermos que en ella estuvieran, y que una vez utilizado, la enfermera lavaba y dejaba recogido en una batea, sumergido en antiséptico, listo para su utilización en el siguiente turno. Resulta curioso que no se haya encontrado en la bibliografía ni el vocablo, ni su utilidad.FOTO 009 En julio de 1977 se aprobó en España la integración en la Universidad de las Escuelas de ATS como Escuelas Universitarias de Enfermería. La formación de las nuevas enfermeras mueve su centro de interés, en relación al acto de cuidar, al contexto humano y social. En la bibliografía consultada, correspondiente a la formación de los Diplomados en Enfermería, Enfermeras y Enfermeros no aparece la palabra pistero; es lógico, los avances con respecto a las técnicas de alimentación a los enfermos promueven la utilización de otros dispositivos, entre ellos la jeringa, que utilizada directamente o en conexión con una sonda, pasa a ser la sustituta del pistero.

Apoya esta idea la información obtenida mediante entrevista, de la que se desprende que la gente mayor, enfermeras profesionales y mujeres por lo general, identificaban el objeto y conocían su empleo, cuando les preguntaba por él, pero nadie sabía el origen ni el significado de la palabra pistero. Simplemente era una vasija de uso doméstico y sanitario, destinada a contener líquidos para la alimentación de enfermos. En el ámbito rural, se decidía su uso cuando el paciente era incapaz de tragar, por lo que las más de las veces ya era demasiado tarde para esperar una recuperación del enfermo.

Los textos narrativos de la época recogen alusiones que hacen pensar en el pistero como último recurso. Así lo leemos por ejemplo en la novela Ágata ojo de gato de Caballero Bonald: “....Puso Alejandra en un vaso un poco de agua, a la que añadió con mano temblorosa un chorreón del contenido de dos de los frascos y, después de santiguarse, le indicó al marido que, a ver cómo se las arreglaban para hacerle tragar íntegramente aquella pócima a Manuela, cosa que lograron mal que bien con ayuda de un pistero”.

CONCLUSIONES

El estudio y posterior análisis de los diferentes datos recogidos, pone de relieve aspectos de la convivencia de la sociedad española, rural y urbana, de los que pueden extraerse algunos hechos.

En primer lugar la preocupación por proporcionar alimento, de manera confortable y efectiva, a la persona enferma que no puede incorporarse. Estableciendo así la relación de ayuda en la alimentación como expresión del cuidado.

El segundo lugar, es destacable el hecho de concebir el pistero, (vasija en forma de taza con un cañoncito que le sirve de pico y un asa en la parte opuesta), para administrar el pisto, comida ideal para la pronta recuperación del enfermo.

El pistero se utilizó en dos ámbitos; en el doméstico de la vida cotidiana, por la madre, esposa o hermana en el plano familiar, o la doméstica encargada de los cuidados del enfermo y más tarde en el sanitario por enfermeras y enfermeros.

Que el pistero es una pieza común utilizada por todas las capas de la población lo demuestra la diversidad de calidades y manufacturas que encontramos, desde los fabricados en barro, pasando por los de loza y llegando a los de cristal y porcelana.

El material con que están hechos los pisteros, tanto los de uso doméstico como los hospitalarios es el mismo, y su evolución sigue los pasos del utilizado para los enseres domésticos.

El tercer aspecto es el relacionado con el periodo cronológico. El uso del pistero se inició a finales del siglo XVIII, se confirmó durante el XIX, y tuvo su máximo apogeo en las décadas 30 y 40 del siglo XX, para ir decayendo durante la última mitad del siglo.

Museo de la Farmacia Catalana

Facultad de Farmacia y Museo de la Farmacia Catalana. Por sus magníficas fotos de los pisteros y su exposición del medicamento del mes. Diciembre de 2007

Definición Tassa: Taza Vas petit de porcellana, de terra, etc, amb nansa, per a prendre líquids. Una modalitat és la tassa de broc (an feeding cup; c pistero; fr vase à bec), emprada per a donar beguda als malalts. Traducción: Vaso pequeño de porcelana, de tierra, etc., con asa, para beber liquidos. Una modalidad es la taza de pico, utilizada para dar de beber a los enfermos.

fr.: tasse à/de malade, tasse à bec, biberon de malade, tasse canard, canard de malade.

en.: invalid feeder, feeding cup, feeding bottle, nursing cup,sick feeder.

it.: colombine.

Tasses de broc: Tazas de pico

Tasses amb bec: Tazas con pico

Tasses de malalt: Tazas de enfermos

Biblioteca de Farmàcia. CRAI


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AGRADECIMIENTOS

Mª Teresa Miralles Sangro. Por sus magníficas publicaciones sobre la Historia de la Enfermería.

María Carmen Saiz Azurza. Por su foto del pistero diferente. Enfermera de Salud Laboral del Hospital Donostia de San Sebastián.

Iñaki Villoslada Fernández, técnico de euskera de la Unidad de Comunicación del Hospital Donostia, de San Sebastián

Facultad de Farmacia y al Museo de la Farmacia Catalana. Por sus magníficas fotos de los pisteros y su exposición del medicamentos del mes. Diciembre de 2007

Francisco Gabaldón Ortega, Enfermero y Presidente de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica (SEEOF), por su traducción del catalán al castellano.

Autores de la Exposición:

Manuel Subirà i Rocamora. Fundació Concòrdia Farmacèutica

Iris Figuerola i Pujol. Museu de la Farmàcia Catalana. Facultat de Farmàcia. Universitat de Barcelona

Col·laboradors:

Núria Garriga i Rovira. Becària de col·laboració

Josep Maria Rovira i Anglada. Membre de l’Associació Catalana de Ceràmica

Biblioteca de Farmàcia. CRAI


AUTORES

Jesús Rubio Pilarte

Enfermero y sociólogo.

Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV

Miembro no numerario de La RSBAP



Manuel Solórzano Sánchez

Enfermero Servicio de Oftalmología

Hospital Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS

Vocal del País Vasco de la SEEOF

Miembro de Eusko Ikaskuntza

Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos

Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados

M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería

Miembro no numerario de La RSBAP

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