lunes, 26 de marzo de 2012

LILÍ MARLEEN ¿Era una Enfermera?

La Historia de un poema hecho canción

Lilí Marleen, fue la protagonista de la canción más famosa de la Segunda Guerra Mundial. Fue la canción favorita de los soldados de todos los ejércitos combatientes en el frente europeo, y se tarareaba entre las trincheras en todos los idiomas.

La canción “Lilí Marleen”, refleja la historia de un soldado enamorado, no sólo unió a soldados enemigos, sino que además se convirtió en la canción alemana con más éxito del siglo XX. Cuando El autor de aquellos versos, en medio de la I Guerra Mundial, no podía ni imaginar que su Lilí Marleen sería cantada generación tras generación por los grandes compositores de la música alemana, traducida a decenas de idiomas, parodiada y versificada durante cien años, e incluso, llegando a ser número uno en Japón.

FOTO 001 La Chica bajo la Farola

Dos personas distintas y un solo nombre

El soldado alemán Hans Leip (Hamburgo, 22 de septiembre de 1893 – Fruthwilen, cerca de Frauenfeld, Turgovia, Suiza, 6 de junio de 1983), tras ser trasladado durante la Primera Guerra Mundial al frente ruso, compuso una poesía en la que recordaba a su novia Betty, hija de un tendero de ultramarinos su novia le llamaba Lilí, y trabajaba en la tienda de ultramarinos de la familia, en su ciudad natal, y a Marleen que era una preciosa y joven enfermera que habría conocido haciendo guardia, en su puesto de centinela. Ambas le volvían loco a Hans Leip, un joven soldadito de 18 años que desde la distancia y la soledad del frente añoraba a las dos bellezas, sin poderse decidir por ninguna de ellas. Así que decidió escribir un poema en 1915 y dedicárselo a las dos, a Lilí y a Marleen, uniéndolas para siempre bajo un mismo título: “Lilí Marleen”. En ese poema narraba cómo se despedían ambos bajo una farola junto al portalón del cuartel.

Hans Leip publicó por primera vez el poema de Lilí Marleen en 1937, 22 años después de haberlo escrito. Lilí Marleen no es sólo una historia de amor, sino también una triste despedida, ya que el soldado que entregó su corazón a las dos jóvenes se ha de marchar al frente. A nadie le interesó durante el periodo de entreguerras. En los locos años 20 no había lugar para poemas melancólicos.

Una canción para tiempos de guerra

Los poemas de Leip, por tanto, fueron publicados en una colección el año 1937 y llamaron la atención del compositor Norbert Schultze (Brunswick, 1911 – 17 de octubre de 2002), ya por entonces un reconocido autor cuyas composiciones habían tenido una gran acogida por parte de la crítica y el público alemán. El poema de Leip se titulaba Das Lied eines jungen Soldaten auf der Wacht (“Canción de un joven soldado de guardia”) y Schultze le puso música ese mismo año con el nombre Das Mädchen unter der Laterne (“La chica bajo la farola”) y no con el que ha pasado a la historia.


FOTO 002 Partitura de música. Uniformes de hombre y mujer enfermeras alemanes

En ese mismo año de 1937, el compositor alemán Norbert Schultze le puso música al texto, y en 1938 es estrenada la canción adquiriendo una tremenda popularidad durante la Segunda Guerra Mundial. En 1939, una joven y aún desconocida Lale Andersen grabó el primer disco, aunque en un principio se negó a ello, de Lilí Marleen. Los nazis prohibieron la canción al considerarla de “carácter funesto”, pero esta vez Lilí Marleen no volvería a caer en el olvido.

Al principio el disco no tuvo éxito, vendiéndose apenas 700 ejemplares del disco. Sin embargo, dos años más tarde, en 1940, ya comenzada la Segunda Guerra Mundial, un suboficial de una compañía acorazada alemana de reconocimiento que tenía el disco la dejó oír un día en una reunión informal en el cuartel y gustó tanto a sus compañeros que fue adoptada como canción de la compañía.

Uno de los oficiales de la compañía, el teniente Karl Heinz Reintgen, había sido destinado antes a Belgrado (Yugoslavia) para hacerse cargo de la dirección de la emisora militar de esta ciudad y se llevó consigo el disco de Lilí Marleen. Desde allí emitió la canción por primera vez el 18 de agosto de 1941, dedicándola a sus compañeros que se encontraban en el desierto norteafricano. Comenzó a tener un gran éxito y desde todos los frentes llegaron peticiones para que se emitiera, de modo que la emisora comenzó a radiarla todos los días a las 21 horas 57 minutos, como cierre de su programación. Debido a la potencia de la emisora, los soldados aliados también escucharon la canción y el tema fue adoptado en ambos frentes. Así, los soldados alemanes se sorprendieron cuando al hacer prisioneros enemigos comprobaban que conocían la canción.

El éxito de la canción llamó la atención del Ministro de Propaganda Josef Goebbels. Tras escucharla, su sentencia fue negativa, ya que consideró que únicamente podía influir de forma negativa en la moral de las tropas y ordenó que fuera suprimida del repertorio de la emisora. Las protestas de los soldados fueron tales que Radio Belgrado tuvo que mantenerla en antena, pese a la opinión del Ministro, y siguió emitiéndose todas las noches.

Ya antes del final de la guerra, el tema se tradujo a otros idiomas y fue interpretado por diversos cantantes, tanto hombres como mujeres, convirtiéndose en la canción de guerra más popular hasta hoy conocida.

En alemán, además de por Lale Andersen, fue interpretada por Willy Fritsch, el Heyn Quartett, el coro de la Wehrmacht y Mimi Thoma

En inglés fue cantada por la misma Lale Andersen en 1942. En 1943, la BBC emitió una versión paródica en contra de Hitler cantada por Lucy Mannheim y con la misma música de Schultze pero con una letra, reducida de cinco a cuatro estrofas, de autor desconocido. En 1944 fue cantada por Anne Shelton y posteriormente por Vera Lynn, cuya versión se radiaba desde la BBC de Londres en transmisiones para el ejército aliado. El VIII Ejército británico adoptó la canción, que comenzó a cantarse en cuarteles y hospitales militares. Ese mismo año, la versión del cantante Perry Como ocupó el puesto nº 13 en el ranking de los Estados Unidos. En 1945, la actriz y cantante Marlene Dietrich también grabó una versión en inglés.

En francés fue cantada por Suzy Solidor; en italiano por Milly y Meme Bianchi; en húngaro por Ilona Nagykovácsi; en finés por Georg Malmsten (1942) y en danés por Lou Bandy (1942).

Después de la Segunda Guerra Mundial, la ya muy popular canción fue adoptada por un gran número de ejércitos de todo el mundo, en versión cantada o adaptada como marcha. En unos casos se tradujo el texto y en otros se adaptó con nuevas letras acordes con la realidad militar de cada ejército. Así, entre otros muchos, existen versiones en alemán, danés, francés, español, estonio, italiano, polaco, latín, finés, ruso o húngaro. Se dice que pudo haberse traducido a más de 48 idiomas. La compañía discográfica Bear Family publicó una caja de siete CD con 195 versiones de la canción.

FOTO 003 Enfermeras alemanas

En cuanto al éxito de la canción, Lale Andersen, refiriéndose al porqué de que fuera tan apreciada por los soldados de ambos bandos durante la guerra, dijo poéticamente «¿Acaso puede el viento explicar cómo se convirtió en tempestad?». En 1980, el director alemán Rainer Werner Fassbinder dirigió una versión cinematográfica, muy novelada, de la historia de Lilí Marleen, protagonizada por Hanna Schygulla y Giancarlo Giannini.

Un siglo de éxitos

La versión de Lilí Marleen de Marlene Dietrich se tituló "La chica bajo la farola". Al mundo nunca le interesó que Hans Leip considerara que el poema se encontraba entre lo peor que había escrito. Tampoco que pensase que Lilí Marleen no debía ser cantada por mujeres, porque era la historia de un hombre enamorado. Nadie tuvo tanto éxito entonando Lilí Marleen como ellas: Lale Andersen y Marlene Dietrich.

La letra de la canción traducida al castellano dice lo siguiente:

Frente al cuartel,

delante del portón,

había una farola,

y aún se encuentra allí.

Allí volveremos a encontrarnos,

bajo la farola estaremos.

Como antes, Lilí Marleen.

Nuestras dos sombras

parecían una sola.

Nos queríamos tanto

que daba esa impresión

Y toda la gente lo verá,

cuando estemos bajo la farola.

Como antes, Lilí Marleen.

Pronto llama el centinela

“Están pasando revista

Esto te va a costar tres días”

Camarada, ya voy

Entonces nos decíamos adiós

Me habría ido encantado contigo

Contigo, Lilí Marleen

Ella conocía tus pasos

tu elegante andar

todas las tardes ardía

aunque ya me había olvidado

Y si me pasara algo

¿Quién se pondría bajo la farola

Contigo?, Lilí Marleen

Desde el espacio silencioso

Desde las tierras de la tierra

Me mantienen como en un sueño

tus adorables labios

Cuando la niebla nocturna se arremoline

yo estaré en la farola

Como antes, Lilí Marleen

Aunque hay diferentes versiones, la canción se ha traducido a 48 idiomas incluyendo el ruso francés, italiano, y, sorprendentemente, el hebreo.

Otra letra de la misma canción:

Bajo la farola,

frente a mi cuartel

sé que tú me esperas,

mi dulce amada bien…

Mi corazón al susurrar

bajo el farol, latiendo está…

Lilí, mi dulce bien

Eres tú, Lilí Marleen

Cuando llega un parte

y debo marchar,

sin saber querida

si puedo regresar…

Sé que me esperas

siempre fiel,

bajo el farol,

frente al cuartel…

Lilí, mi dulce bien

Eres tú, Lilí Marleen

FOTO 004 Diferentes portadas de la misma canción


CONCLUSIÓN

Y aunque resulte prácticamente imposible saber nada más de esa enfermera que inspiro a un joven soldado aburrido, “Lilí Marleen” nos acerca a esa enfermera universal, Florence Nightingale, que iluminada tenuemente por su famoso candil, se paseaba entre los soldados heridos, por los pasillos del Hospital de Scutari durante la guerra de Crimea, y al igual que Marleen, les ayudaba a llenar los sueños con gratos recuerdos.

AUTORES

Raúl Expósito González

Enfermero. Servicio de Anestesia y Reanimación. Hospital “Santa Bárbara” de Puertollano. Ciudad Real. Experto en Barberos, Ministrantes y Sangradores

raexgon@hotmail.com

Jesús Rubio Pilarte

Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV

Miembro no numerario de La RSBAP

jrubiop20@enfermundi.com

Manuel Solórzano Sánchez

Enfermero Servicio de Oftalmología

Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS

Vocal del País Vasco de la SEEOF. Insignia de Oro de la SEEOF

Miembro de Eusko Ikaskuntza

Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos

Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados

M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería

Miembro no numerario de La RSBAP

masolorzano@telefonica.net

martes, 20 de marzo de 2012

"LA CRUZ ROJA DE FERROL EN LA MONARQUÍA DE ALFONSO XIII"


"LA CRUZ ROJA DE FERROL EN LA MONARQUÍA DE ALFONSO XIII"


LA CRUZ ROJA DE FERROL EN LA MONARQUÍA DE ALFONSO XIII, JOSÉ LUIS BLANCO LORENZO, Vision Libros


Ya está a la venta en VISION LIBROS o en la Central Librera de Ferrol, el libro "LA CRUZ ROJA DE FERROL EN LA MONARQUIA DE ALFONSO XIII".
También lo podéis comprar en la siguiente direccion: http://www.terrabooks.es/detalles.asp?id_Productos=11410 / http://www.visionlibros.com/detalles.asp?id_Productos=11410
de donde he sacado la información que viene a continuación:

tituloAUTOR: JOSÉ LUIS BLANCO LORENZO
Editorial: Vision LibrosAño Publicación: 2012
Páginas: 144Edición: 1

Tamaño: 170x235 mm
Encuadernación: Rústica
Permisos: Sin definir
Idioma: Español
Referencia: ISBN: 9788490111444Formatos: PAPELPrecio: 15,38 €
descripcion PEQUEÑA DESCRIPCIÓN

José Luis Blanco Lorenzo
Sargento del Cuerpo General de la Armada, especialista en Armas Submarinas.
Socio de la Cruz Roja Española
Miembro de la Asociación Española de Escritores Militares.
Es autor de la Compilación Legislativa del Cuerpo de Obreros Torpedistas-electricistas de la Armada 1885-1940 y de la Historia de la Brigada y Estación Torpedista de Ferrol 1884-1930.

El libro vale mucho la pena, por sus fotos, imágenes y todo el texto del mismo. Interesa tanto a quienes estén interesados en la historia de la Cruz Roja, como de la época en que se enmarca, como para los enfermeros interesados en nuestra historia. Altamente recomendable. No te quedes sin tu ejemplar, yo ya tengo el mío!


III CONGRESO DE INVESTIGACIÓN EN ENFERMERÍA IBEROAMERICANO Y DE PAÍSES DE LENGUA OFICIAL PORTUGUESA

PRÓRROGA de fecha: 1ª Fase: hasta al 5 de abril - III CONGRESO DE INVESTIGACIÓN EN ENFERMERÍA IBEROAMERICANO Y DE PAÍSES DE LENGUA OFICIAL PORTUGUESA

INFORMACIÓN
El III Congreso de Investigación en Enfermería Iberoamericano y de Países de Lengua Oficial Portuguesa irá trascurrir del 12 al 15 de junio de 2012, en la Ciudad de Coímbra, en Portugal.
Este Congreso está organizado por la Unidad de Investigación de la Escuela Superior de Enfermería de Coímbra (UICISA-E), siendo esta una Unidad acreditada por la Fundação para a Ciência e a Tecnologia – Portugal.
Se trata de la tercera edición de este Congreso que pretende afirmarse en cuanto imagen de marca en el contexto de las iniciativas de extensión internacional promovidas por la UICISA-E, y cuyo objetivo es el de compartir conocimientos en el ámbito de la investigación
en educación y salud. El Congreso, cuyas ediciones anteriores trascurrieron en 2007 y 2009, pretende constituirse como un evento bienal fortaleciendo la red de investigación en Enfermería de Iberoamérica y África.

Invitamos a todos los docentes investigadores y profesionales de la práctica del área de la Educación y la Salud (Enfermería y disciplinas afines) a que se inscriban en este evento científico y a que envíen resúmenes de su investigación original dentro de los plazos establecidos:

Plazos para la Inscripción y Pago:
1ª Fase: hasta al 5 de abril de 2012
2ª Fase: de 6 de abril de 2012 al 2 de mayo de 2012 - Fecha límite para aquellos participantes que pretendan presentar ponencias.
3ª Fase: de 3 de mayo de 2012 al 8 de junio de 2012 - Fase de inscripción excepcional sólo para asistencias.

Los idiomas de la Conferencia, en los cuales se podrán presentar las Ponencias, son el portugués, el español y el inglés.

Para más informaciones consultar www.esenfc.pt/congressouicisa2012 o www.esenfc.pt

Los esperamos.

El Coordinador Científico de la Unidad de Investigación
Manuel Alves Rodrigues

lunes, 19 de marzo de 2012

HOSPITALES SUS ORÍGENES (2)

EDAD MEDIA: SUPERIORIDAD DE LOS HOSPITALES BIZANTINOS E ISLÁMICOS

HOSPITALES BIZANTINOS

Desde el siglo V hasta la toma de Constantinopla por los cruzados en el siglo XIII no dejaron de construirse hospitales en Bizancio, a pesar de los cambios políticos y de las crisis.

Anteriormente, la polis antigua había estado configurada por ciertos edificios emblemáticos como el teatro, las termas o los pórticos. La polis cristiana oriental, en cambio, quedará definida por las iglesias, los hospitales y las instituciones benéficas.

El término “nosokomeion” (derivado de nosos = enfermedad y Koméo = cuidar o alimentar), siempre sirvió para denominar a los establecimientos para enfermos, pero acabó restringiendo su significado a las enfermerías que existían en los monasterios para atender a los monjes. Mientras que la palabra “xenon”, (derivada de xénos = extranjero), fue utilizada para designar los albergues, generalmente también monacales, que incluían cuidados médicos para todos los necesitados.

FOTO 009 Pantokrator de Estambul. Hospital Islámico. Mosaico bizantino, Cristo Pantokrator

En el siglo VI el hospital bizantino se muestra ya plenamente desarrollado. Justiniano convirtió a los antiguos médicos públicos (archiatroi) en médicos de los xenones cristianos. Y los médicos principales de la capital bizantina eran asignados en turnos mensuales para tratar a los enfermos de los hospitales. En ese mismo siglo algunos hospitales, como el Sampson Xenon de Constantinopla, mantenían una plantilla de médicos y cirujanos y disponían de salas especializadas para enfermos quirúrgicos y oftalmológicos.

En 1136 el emperador Juan II Comneno fundó en Constantinopla el monasterio del Pantokrator. Y formando parte de este monasterio existió el gran Pantokrator Xenon. Este hospital mantenía cincuenta camas agrupadas en cinco secciones especializadas, entre ellas las de patologías quirúrgicas, las de enfermedades oculares e intestinales, y las reservadas a mujeres. Llegó a estar atendido por diecisiete médicos, treinta y cuatro enfermeros y un almacén de fármacos supervisado por seis farmacéuticos. Poseía, además una librería y un salón de conferencias. Y había un médico de prestigio específicamente contratado para instruir a los estudiantes. El Pantokrator Xenon atendía también a pacientes ambulatorios.

En sus comienzos, los hospitales bizantinos estuvieron dedicados a los pobres. Pero, a medida que evolucionaron hacia centros médicos sofisticados atendidos por los mejores médicos, llegaron a ser utilizados por las clases acomodadas. Las primeras evidencias de esta tendencia se encuentran en el siglo V, puesto que se sabe que por aquellas fechas el xenodocheion fundado en Edessa por el obispo Rabbula atendía también a enfermos adinerados.

La filantropía fue, durante toda su historia, el motivo explícito de su existencia. Filantropía eclesiástica acorde con el mensaje evangélico; filantropía imperial exigida por una tradición política que se remontaba al helenismo; filantropía de los ricos patronos que continuaban así la costumbre de los patricios romanos de contribuir a las obras públicas; y finalmente, filantropía de la profesión médica que trabajaba en esos hospitales a cambio de salarios muy bajos y sin cobrar por sus actos médicos.

Naturalmente, la filantropía no fue el único motivo. Algunos obispos construyeron xenones para ganar influencia política; los emperadores ganaban apoyo popular; los ricos poder; y los médicos experiencia, prestigio y clientela privada fuera del hospital.

En cualquier caso, es digno de mención el hecho de que pudiera alcanzar tan considerables niveles de excelencia una institución sin ánimo de lucro, financiada con donaciones, rentas e impuestos, y administrada por la Iglesia y la burocracia imperial. Su nivel científico y asistencial muy superior al de los hospitales coetáneos del Occidente cristiano. Fueron utilizados para la enseñanza de la medicina. Y desempeñaron una labor insustituible en la conservación de la cultura y el saber antiguos.

Hospitales islámicos

Los hospitales islámicos comenzaron a existir tras la conquista árabe de territorios en los que existían hospitales de origen bizantino y médicos de formación clásica. Así, el primer hospital musulmán parece que fue construido en la ciudad de Damasco hacia el año 707, con la ayuda de cristianos sirios que poseían ya sus propias instituciones benéficas.

Pero la influencia más significativa fue la que ejercieron los médicos cristianos nestorianos que se encontraban refugiados en Persia, tras su expulsión del Imperio Bizantino. Como es sabido, Nestorio había sido patriarca de Constantinopla que afirmó la existencia de Jesucristo de dos personas distintas, una humana y otra divina. Su herejía fue condenada en el Concilio de Éfeso del año 431, y sus partidarios desterrados a Siria. Algo más tarde los nestorianos fueron expulsados de todo el Imperio Bizantino y llegaron a Persia, donde fundaron escuelas de medicina y edificaron hospitales. Tras la conquista árabe de Persia los nestorianos se convirtieron en los principales propagadores del saber antiguo, que comenzó a ser traducido a la lengua árabe.

FOTO 010 Futuras enfermeras, rezan arrodilladas antes de dar comienzo a sus estudios diarios. Dato curioso: sus cuerpos miran en dirección a La Meca

Los orígenes persas-nestorianos del saber médico y de los hospitales musulmanes parecen haber quedado recogidos en el término que se utilizó para designar este edificio: “bimaristan”, una palabra persa que significaba: “lugar para enfermos”.

En cualquier caso, los bimaristanes fueron edificados poco tiempo después de la conquista, siguiendo el modelo de los “xenones” bizantinos. Y ya finales del siglo VIII, el califa Harun al Rashid, fundó un bimaristan real en la nueva capital de Bagdad.

A partir del siglo IX se construyeron bimaristanes en las principales ciudades bajo dominio musulmán. Y estas instituciones solían llevar el nombre de su fundador. Así, el Bimaristán Adudi de Bagdad, fundado en el 982 por Adud; el Bimaristán Nuri de Damasco, fundado en el 1154 por Nur-al-Din; o el famoso Bimaristán Mansura de El Cairo, fundado en el 1284 por Mansur.

Los bimaristanes alcanzaron pronto un gran nivel de excelencia y suntuosidad. El Bimaristán Adudi, por ejemplo, en sus inicios contaba con 25 médicos. Y dos siglos después el viajero Ibn Yubair se asombraba de su magnífico aspecto. El agua del Tigris era canalizada para su servicio, y “contaba con todas las dependencias propias de un palacio real”.

El Bimaristán Nuri, construido con el rescate que pagó un rey franco de las cruzadas, tenía una suntuosa entrada y ocho salas abovedadas alrededor de un gran patio central con un estanque. Había médicos que visitaban dos veces diarias a los enfermos, anotaban sus prescripciones e impartían clases a estudiantes.

Pero tal vez el más nombrado fue el Bimaristán Mansura de El Cairo. Construido sobre los restos de un palacio fatimí, podía albergar varios miles de personas. Distribuía a los pacientes en distintas salas según sus padecimientos. Poseía enormes depósitos de víveres y medicamentos. En su interior había una mezquita y una biblioteca. Las salas estaban atendidas día y noche por personal auxiliar de ambos sexos. Y su administración era ejercida por personal específico.

Con respecto al-Andalus no hay evidencias fehacientes de ningún hospital anterior al Maristán de Granada que fue erigido en 1365 por el sultán nazarí Muhammad V. Su lápida fundacional decía: “ordenó Muhammad V construir este maristán como prueba de gran compasión para con los enfermos musulmanes pobres… Por esta construcción ha realizado una buena obra, hasta el momento sin precedentes desde la introducción del Islam en estas tierras… La ha ofrecido a Dios, en demanda de recompensa”. Tenía el edificio una planta rectangular de 38 por 26,5 metros de lado. Su centro estaba ocupado por una alberca, alrededor de la cual se abrían sus cuatro naves de dos pisos cada una. Y las naves estaban compartimentadas en 50 celdas de 2,5 por 2,5 metros cada una, comunicadas entre sí y abiertas al patio central. Pero desconocemos los detalles de su utilización y funcionamiento hasta después de la conquista cristiana. En tiempos de los Reyes Católicos el maristán estaba dedicado exclusivamente a la atención de enfermos mentales, y hay motivos para suponer que ésa fue su dedicación desde sus comienzos. Lo cual, de ser cierto, convertiría al maristán de Granada en el primer hospital para locos construido en Europa.

En general, los hospitales musulmanes aunque originados en el oriente cristiano, tuvieron una serie de características diferenciales. En primer lugar, desde sus mismos orígenes, fueron establecimientos más propiamente médicos que sus homólogos cristianos. Los médicos estuvieron siempre presentes en los bimaristanes; solían ser médicos los que decidían la admisión de los pacientes, y los distribuían en salas especializadas en distintas patologías. Existían salas separadas para enfermedades oftalmológicas, febriles, traumáticas, e incluso para las enfermedades mentales. Se realizaba periódicamente la visita de los enfermos y se escribían las órdenes de tratamiento. Algunos hospitales poseían sus propias librerías y farmacias. Y sus instalaciones solían ser aprovechada para la docencia de nuevos médicos. La mayor presencia de los médicos se explica en parte por la mayor implantación de profesionales de la medicina laicos en las tierras conquistadas por los árabes. Pero se explica sobre todo porque en el Islam no existen autoridades eclesiales ni un clero organizado como en el cristianismo. Los bimaristanes no fueron fundados por una Iglesia ni estuvieron asistidos por monjes, de manera que su control, sus objetivos y su funcionamiento pudieron ser más estrictamente médicos.

Otro aspecto característico de los hospitales musulmanes es el que hace referencia a los motivos de su fundación y a sus modos de financiación. Los bimaristanes fueron instituciones políticas fundadas por las autoridades y las personas más acaudaladas, y sostenidos por las donaciones, los impuestos y las limosnas obligatorias para todo musulmán. Es innegable que existía una sanción religiosa para todo ello. El patrocinio de hospitales se consideraba signo de la verdadera piedad y se prometían recompensas espirituales por ello. Recordemos la lápida fundacional del maristán de Granada, en la que el sultán dice “esperar de Dios su recompensa”.

Pero los grandes y lujosos bimaristanes, frecuentemente adornados como palacios, fueron también símbolos del poder, la riqueza y la generosidad de sus fundadores.

FOTO 011 Reducción de una dislocación mandibular tal como se practicaba en Bizancio. Diagrama del ojo 1466

HOSPITALES CRISTIANOS OCCIDENTALES

A finales del siglo IV comenzaron a fundarse en Roma algunos hospitales que seguían el modelo de los Xenodocheia recientemente erigidos en Bizancio.

San Jerónimo describió el hospital fundado en Roma en el 397 por su acaudalada discípula Fabiola, y atendido muy cristianamente por ella misma.

Sin embargo, en la parte Occidental del Imperio Romano estaba teniendo lugar un proceso de descomposición política y de despoblación de las ciudades que hizo imposible implantar el sistema bizantino de hospitales urbanos. Además, los médicos laicos escaseaban y tenía poca implantación social. En estas circunstancias la Iglesia asumió enteramente la atención de los necesitados, en instituciones enteramente eclesiásticas, en las que no se diferenciaba a los enfermos de los pobres en general, y en las que no participaron los médicos.

En las decadentes ciudades occidentales de la Alta Edad Media fueron los obispos quienes instituyeron la beneficencia, impulsados por las directrices de los concilios que obligaban a dedicar parte de las rentas episcopales al sustento y alojamiento de los pobres. Así hizo, por ejemplo, el obispo Masona cuando fundó en el 589 el xenodochium de Mérida. Y entre esas fundaciones espiscopales está también la del obispo Landry (o Landerico) en París, precursora del Hôtel-Dieu adyacente a la catedral de Notre Dame. Estos albergues para toda clase de menesterosos fueron llamados “casas de Dios” (Hôtels-Dieu), y se encontraban generalmente al lado de las catedrales y los palacios episcopales.

FOTO 012 Comadrona asistiendo a una parturienta

Pero fue en los monasterios rurales donde se organizó la asistencia más típica de la Alta Edad Media. San Benito (480 – 547) había dispuesto en su regla que: “Ante todo y sobre todo se debe dar un cuidado especial a los enfermos de modo que sean servidos como si fuera Cristo en persona”. Los monasterios, además, conservaban los restos escritos del saber antiguo. Y algunos monjes llegaban a adquirir conocimientos médicos. Así, los monasterios medievales organizaron la asistencia de los monjes enfermos y de todos los huéspedes que se acogían a su amparo.

La estructura ideal de un monasterio medieval puede verse en un plano copiado hacia el año 820 y conservado en la Abadía de San Gall. Este plano, aunque nunca llegó a realizarse enteramente, delimita perfectamente las distintas dependencias que debía tener un monasterio. Estaba inspirado en las villas romanas, y sus claustros cuadrados también recordaban los patios porticados de las antiguas casas romanas. En este plano aparecen las tres principales edificaciones hospitalarias monacales: el infirmarium, para los monjes enfermos; el hospitale pauperum, para pobres y peregrinos; y la casa para huéspedes distinguidos. Adjuntas a éstas existían otras dependencias menores como la casa del médico, la casa de las sangrías y el huerto medicinal.

El cuidado de los enfermos en los hospitales monacales integraba la asistencia espiritual y la material. Los enfermos admitidos solían comenzar recibiendo el evangélico lavado de los pies, y posteriormente participaban de las oraciones y oficios divinos. Las medicinas eran raras, y los tratamientos principales eran el reposo, el calor, la dieta, las hierbas, los ungüentos y las sangrías. Y las labores médicas eran asumidas por los propios monjes.

Sin embargo, este periodo de medicina monástica terminó en el siglo XII. Las ciudades europeas crecieron, la economía autosuficiente desapareció y los monasterios se hicieron incapaces de atender todas las necesidades sanitarias de los nuevos tiempos. Por otra parte, algunos monjes llegaron a comercializar sus habilidades médicas. Hasta que, finalmente, el Concilio de Clermont del 1130 desligó a los monjes de la práctica de la medicina porque esta actividad les desviaba de sus objetivos espirituales. Y en el 1139 el Papa Inocencio II prohibió formalmente el ejercicio médico a los monjes que: “descuidadndo el cuidado de las almas, prometen salud a cambio del detestable dinero, convirtiéndose así en médicos de cuerpos, … desde nuestra autoridad apostólica prohibimos que esto se haga”.

A partir del siglo XII aparecieron en Europa nuevas formas de asistencia hospitalaria que recibieron su primer impulso de las nuevas órdenes hospitalarias surgidas tras las cruzadas.

En el año 1113 quedó constituida la nueva Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, (que ha perdurado hasta la actualidad como Orden de Malta). Esta Orden dedicada al cuidado de los peregrinos, y especialmente de los enfermos, mantuvo un gran hospital en Jerusalén organizado según el modelo de los xenones bizantinos. De acuerdo con ese modelo, el reglamento de su Hospital de San Juan de Jerusalén establecía una plantilla permanente de cuatro médicos y cuatro cirujanos. Por otra parte, los Caballeros Hospitalarios desarrollaron una nueva ética asistencial que combinaba la caridad cristiana con el código caballeresco feudal. Y así procuraban “tratar a los enfermos como los vasallos sirven a sus señores”.

El reconocimiento de la labor de los Caballeros Hospitalarios fue tan grande que acumularon rápidamente privilegios y abundantes donaciones materiales en toda Europa. Y, en su expansión, fueron construyendo en las ciudades europeas hospitales regidos por reglas similares a las del hospital de Jerusalén.

En el siglo XIII, el nuevo auge de las ciudades europeas promovió la creación de hospitales, muchos de los cuales siguieron el modelo del Hospital de Jerusalén. Entre ellos, el Hospital del Espíritu Santo en Roma. También el primitivo Hôtel-Dieu de Paris. Experimentó una reorganización basada en el reglamento del Hospital de Jerusalén.

No obstante, los hospitales europeos a finales de la Edad Media seguían siendo instituciones casi exclusivamente eclesiásticas. Y los médicos laicos se fueron incorporando muy poco a poco. Los profesionales de la medicina no pasaron de atender consultas ocasionales hasta el siglo XIV en el que algunos hospitales incluyeron sus servicios permanentes. Así, por ejemplo, el Hôtel-Dieu parisino, sólo comenzó a tener un médico estable en el 1328.

El monopolio eclesiástico y la ausencia de profesionales médicos constituyen precisamente las características distintivas de los hospitales medievales occidentales. No obstante, las transformaciones socioeconómicas de los últimos siglos de la Edad Media europea, y sobre todo el crecimiento de las ciudades y el aumento de la inmigración urbana, puso en marcha el proceso que iba a conducir a la aparición de los hospitales modernos.

LEPROSERÍAS Y HOSPITALES DE APESTADOS

Todos los hospitales mencionados hasta aquí tenían como finalidad el ejercicio de la beneficencia hacia el necesitado que la solicitaba. Pero, durante la Edad media apareció también un tipo de hospital cuya finalidad era más bien la marginación del enfermo, generalmente en contra de su propia voluntad. Los primeros hospitales que cumplieron esta función fueron las leproserías, también llamadas Casas de San Lázaro, ó lazaretos. Este sobrenombre se explica por la tradición apócrifa que aseguraba que Lázaro de Betania, resucitado por Jesucristo, había padecido este mal. Motivo por el que la lepra fue llamada “mal de San Lázaro”, y puesta bajo la advocación del santo.

Como en el caso de los demás hospitales, la Iglesia cristiana desempeñó un papel fundamental en la creación de las leproserías. Pero, una Iglesia que predicaba la caridad hacia los enfermos tenía que justificar de alguna manera el cruel ostracismo del leproso. Para ello desarrolló una concepción moral que veía a este enfermo como un pecador arrepentido a tiempo por Dios, para hacerle pasar su purgatorio en la Tierra. De forma que su cuerpo ya estaba muerto, pero todavía tenía tiempo de redimir su alma. El leproso estaba, por tanto, más próximo a Dios, porque todos sus pecados iban a ser perdonados pronto, si aceptaba su enfermedad y llevaba una vida moral ejemplar. Pero ese purgatorio terrenal tenía que vivirlo fuera de la comunidad. Y la segregación forzosa no hacía más que reproducir las prácticas veterotestamentarias descritas en el Levítico que, como es sabido, asignaba a los sacerdotes la función de identificar y expulsar a los entonces considerados leprosos.

Así, la Iglesia cristiana elaboró procedimientos para identificar al leproso y rituales para excluirlo de la comunidad, al menos desde el Sínodo de Ankara en el año 314. Y estas ordenanzas marginadoras fueron renovadas repetidas veces hasta el final de la Edad Media.

Los rituales de separación incluían ceremonias religiosas, frecuentemente misas fúnebres, en las que se administraban al leproso los últimos sacramentos, se le amonestaba en sus obligaciones, e incluso a veces se le colocaba en una tumba para simbolizar su muerte social. Con posterioridad se le consideraba socialmente muerto y se impedía su acceso a las ciudades. En muchos lugares, los leprosos debían llevar unos vestidos grises, capas con una cruz amarilla, sombrero, guantes, campanillas o matracas para anunciar su presencia. También debían tener un largo bastón para señalar desde lejos las mercancías que quisieran adquirir, o recoger las limosnas depositadas en lugares apartados. El leproso solía perder, además, todos sus derechos civiles (al matrimonio, a la propiedad, etc.).

El rigor a la marginación, no obstante no fue igual en todos los tiempos y lugares. Hasta el año 1100 se procedía a una simple “separación” del leproso, que no conllevaba aislamiento ni reclusión total. El período más estricto, y de prácticas más aislacionistas fue el comprendido entre 1100 y 1350. Pudiéndose hablar, a partir de esta última fecha de una simple “estigmatización” y evitación del leproso.

FOTO 013 Sala de Hospital

La primera leprosería documentada es la que fundó Gregorio de Tours en el siglo VI. Posteriormente muchas leproserías de la Alta Edad Media fueron agrupaciones de cabañas alrededor de una Iglesia dedicada a San Lázaro, y protegidas por una muralla que solía incluir, además, un huerto y un cementerio. Estaban edificadas fuera de las ciudades, pero cerca de las grandes vías, las intersecciones de caminos y las rutas de peregrinación, con el objetivo de facilitar la obtención de limosnas.

Durante las Cruzadas existió en las afueras de Jerusalén un hospital dedicado a los leprosos y atendido por una comunidad monástica que al poco tiempo se convertiría en la Orden de los Caballeros de San Lázaro de Jerusalén. Esta orden llegó a asumir el cuidado de múltiples leproserías extendidas por toda Europa, que frecuentemente seguían el modelo de la leprosería de Jerusalén.

Y el número de estas leproserías alcanzó su máximo en el siglo XIII, cuando sólo en Francia se contabilizaban más de 2.000.

Durante la peste negra de 1348 el número de leprosos había disminuido ya considerablemente, y muchos antiguos lazaretos fueron utilizados para el aislamiento de enfermos de peste. Pero también fueron construidos establecimientos nuevos para el aislamiento y cuarentena de estos enfermos. Entre los primeros estuvo el construido por los venecianos en 1403 en una isla cercana. Y entre los de mayor tamaño el de Milán, que durante la epidemia de 1630 llegó a albergar a 16.000 apestados simultáneamente.

Aunque las casas de apestados acabaron llamándose también lazaretos, diferían de éstos por disponer generalmente de algún servicio médico suministrado por “médicos de la peste” contratados al efecto; y también por estar sometidas a un aislamiento mucho más estricto, vigilado por guardias.

BIBLIOGRAFÍA y AGRADECIMIENTOS

Historia de la Enfermería. Nicanor Aniorte Hernández.

http://www.aniorte-nic.net/apunt_histor_enfermer6.htm

Los hospitales a través de la historia y el arte. Autores: F. González; A. Navarro y M. A. Sánchez. Editores: J. González; C. Parra y Juan Rodés. Colaboradores: G. Gómez; M. I. González y Y. Melero.

AUTORES

Raúl Expósito González

Enfermero. Servicio de Anestesia y Reanimación. Hospital “Santa Bárbara” de Puertollano. Ciudad Real. Experto en Barberos, Ministrantes y Sangradores

raexgon@hotmail.com

Jesús Rubio Pilarte

Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV

Miembro no numerario de La RSBAP

jrubiop20@enfermundi.com

Manuel Solórzano Sánchez

Enfermero Servicio de Oftalmología

Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS

Vocal del País Vasco de la SEEOF. Insignia de Oro de la SEEOF

Miembro de Eusko Ikaskuntza

Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos

Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados

M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería

Miembro no numerario de La RSBAP

masolorzano@telefonica.net

sábado, 10 de marzo de 2012

HOSPITALES SUS ORÍGENES (1)

SIGLO IV. COMIENZO DE LA BENEFICENCIA ECLESIÁSTICA

Hasta el siglo IV después de Cristo no existió en el mundo antiguo un sistema público de asistencia a los necesitados y enfermos. Pero en este siglo las iglesias cristianas de Oriente, que comenzaban a ser influyentes, crearon la institución de beneficencia que posteriormente iba a ser llamada “hospital”. Para que ello fuera posible tuvo que concurrir toda una serie de factores que vamos a analizar sucesivamente. En primer lugar un cambio en los valores, que promovió la asistencia al necesitado y al enfermo. A continuación un cambio en las formas de convivencia, que fomentó la aparición de pequeñas comunidades cristianas de ayuda mutua. Además, un cambio ideológico que condujo a aceptar, e incluso a exaltar, la medicina pagana antigua. Y finalmente, un cambio en las circunstancias sociales, políticas y epidemiológicas, que aumentó considerablemente el número de pobres y enfermos que vagaban por las grandes ciudades.

FOTO 006 El buen Samaritano

Los cambios de valores
Como es sabido, los primeros cristianos predicaban el amor y la ayuda al prójimo como virtud principal. Cristo había señalado las formas de poner en práctica esa ayuda: “Venid benditos… porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis…”. El mismo Jesús “había recorrido las ciudades sanando toda enfermedad y toda dolencia”. De este modo, la visita y el cuidado de los enfermos fue estimado como una obra de misericordia que debía recibir su recompensa en el Juicio Final.

Por otra parte, el cristianismo contemplaba los padecimientos de Jesucristo como los medios que habían sido necesarios para la Redención de los hombres. Y, consecuentemente, pasó a considerar todos los sufrimientos humanos como una posibilidad de “corredención”. Y la enfermedad se vio como una vía de santificación para el enfermo y una oportunidad para acumular méritos sobrenaturales. “A la enfermedad la reciben los justos, -escribió San Basilio de Cesaréa-, como un certamen atlético, esperando grandes coronas por obra de la paciencia”. Se llegó así a mantener una valoración positiva de la enfermedad que dignificó al enfermo y le hizo más merecedor de ayuda.

Las nuevas formas de convivencia cristiana

Para practicar la ayuda mutua en una sociedad disgregada, y tal vez también para segregarse y protegerse de sus enemigos, los primeros cristianos formaron pequeñas comunidades ideales en las que los bienes se ponían en común. Esas incipientes comunidades cristianas comenzaron a asumir ejemplarmente el cuidado de sus pobres y enfermos. Y durante las epidemias organizaban el socorro, contrastando con los paganos que en caso de epidemia, como dijo el obispo Dionisio: “expulsan y dejan sin enterrar a sus familiares enfermos por temor al contagio”.

Es indudable que la pertenencia a estas comunidades solidarias fue un importante factor de propagación del cristianismo en aquellos tiempos de grave inseguridad y epidemias recurrentes. No obstante, el cuidado de los enfermos apuntaba, sobre todo, a la salvación del alma; y, en los primeros tiempos no podía incluir cuidados técnicos.

Para que los cristianos comenzaran a utilizar la medicina pagana fue necesario un cambio en la forma de valorar el saber médico antiguo:

Durante los primeros siglos, muchos cristianos condenaron la medicina antigua porque ésta confiaba en la materia y se basaba en los autores paganos. Insistían en la fe y en la ayuda divina. Así, algunos llegaron a considerar la ayuda del médico y de las medicinas como una debilidad o incluso como un pecado. Y esta condena de la medicina fue mayor entre los autores ortodoxos más extremados y entre los herejes de tendencia dualista que denigraban la materia.

Afortunadamente, en el siglo IV, los llamados Padres de la Iglesia Oriental supieron incorporar a la teología cristiana una sabia mezcla de filosofía antigua. Y así, la medicina llegó no sólo a ser lícita, sino una de las mejores expresiones del amor al prójimo. Y la teología cristiana llegó a poblarse de metáforas médicas. Cristo mismo fue concebido como el Gran Médico de cuerpos y almas. Y los sacerdotes, como médicos de almas.

Todas las posibilidades prácticas encerradas en estas nuevas ideas se llegaron a realizar porque en el mundo antiguo se produjeron cambios radicales en las circunstancias sociales, políticas y sanitarias:

En las ciudades del Oriente del Imperio Romano se acumulaba un gran número de inmigrantes como resultado del deterioro rural y de las guerras. Fue además un periodo de hambrunas frecuentes, motivadas por los desórdenes. Y, además, los siglos III y IV padecieron epidemias recurrentes motivadas por los movimientos de población y por el incremento de contactos con ecosistemas sanitarios ajenos al Mediterráneo.

FOTO 007 San Basilio de Cesárea y el obispo Dionisio

El estado era cada vez más incapaz de responder a estos nuevos desastres. La Iglesia cristiana, en cambio, era cada vez más fuerte. Y desde la victoria militar de Constantino en el 312 gozó de protección oficial.

Las iglesias cristianas fueron autorizadas a recibir legados y donaciones. Y algunos obispos, con estos nuevos recursos, organizaron instituciones públicas de acogida a toda clase de necesitados, incluyendo particularmente a los enfermos.

Se inició así una nueva fase en la asistencia pública al enfermo que puede denominarse como: “beneficencia eclesiástica”.

Curiosamente, en la institucionalización inicial de la asistencia hospitalaria desempeñó un papel fundamental la herejía arriana, tal y como ha argumentado convincentemente T. Millar. En Alejandría, los practicantes de la medicina antigua optaron inicialmente por las doctrinas del hereje Arrio, que negaba la consustancialidad de Cristo con el Padre y afirmaba la naturaleza humana del Hijo. Algunos arrianos notables, como Aetius, fueron probablemente los primeros que practicaron la medicina clásica en los nuevos edificios de acogida a los menesterosos. Fue también el arrianismo la doctrina que primeramente transformó el movimiento monástico de los desiertos, consagrado a la ascética individual, en un monacato urbano dedicado a la asistencia y capaz, por tanto, de prestar ayuda en los hospitales de las ciudades. Pero estas innovadoras realizaciones arrianas fueron silenciadas posteriormente por la ortodoxia triunfante. Y así, en el año 370, la fundación del obispo Basilio en Cesárea, que debió inspirarse en modelos arrianos, ha pasado a la historia como la primera institución de acogida a toda clase de necesitados. San Basilio denominó a su fundación “ptocheion” (de ptochos = pobre o mendigo), señalando así a todos sus destinatarios. De hecho, la dedicación a toda clase de pobres ha sido una característica de los hospitales hasta bien entrada la Edad Moderna. Pero en el ptocheion de San Basilio existían ya dependencias especiales para enfermos, atendidas por profesionales médicos.

Este nuevo tipo de albergue urbano para pobres, que en general fue llamado xenodocheion, (de xenodochéo = acoger extranjeros), se propagó rápidamente por las grandes ciudades del Imperio de Oriente. Y frecuentemente incluyó la asistencia médica. De esta manera, en el siglo V, el médico de hospital era ya un personaje habitual en el ámbito cristiano oriental.

FOTO 008 Hospices de Beaune Hotel Dieu Beaune

En la parte occidental del Imperio romano todos los procesos señalados se desarrollaron con menor intensidad y con mayor retraso. Además, los profesionales médicos eran más escasos y peor considerados. Y así, el desarrollo hospitalario de Europa Occidental no pudo igualarse con el oriental hasta finales de la Edad Media.

Las consecuencias que tuvo la creación de los hospitales

En primer lugar, los obispos movilizaron sus propios recursos económicos por motivos éticos y espirituales. Pero también obtuvieron ayuda de los emperadores y de los ciudadanos ricos. Aprovecharon para estos nuevos fines la antigua obligación que tenían los aristócratas romanos de contribuir a las obras públicas. Y, reforzando esa obligación con promesas sobrenaturales, consiguieron que éstos financiaran hospitales en lugar de teatros, baños o monumentos.

Pero además, la atención a los pobres suministraba una oportunidad para extender y afianzar la nueva fe cristiana. Los hospitales ofrecían un servicio público que apreciaban tanto los desposeídos como los aristócratas urbanos. Hasta el punto de que el emperador Juliano el Apóstata (en el período 361-3), cuando quiso reavivar el culto a los dioses antiguos, encontró que el principal obstáculo eran las obras caritativas de los cristianos. Como él mismo dijo: “Lo que hace tan fuertes a los enemigos de los dioses antiguos es su filantropía con los extraños y con los pobres”.

BIBLIOGRAFÍA y AGRADECIMIENTOS

Historia de la Enfermería. Nicanor Aniorte Hernández.

http://www.aniorte-nic.net/apunt_histor_enfermer6.htm

Los hospitales a través de la historia y el arte. Autores: F. González; A. Navarro y M. A. Sánchez. Editores: J. González; C. Parra y Juan Rodés. Colaboradores: G. Gómez; M. I. González y Y. Melero.

AUTORES

Raúl Expósito González

Enfermero. Servicio de Anestesia y Reanimación. Hospital “Santa Bárbara” de Puertollano. Ciudad Real. Experto en Barberos, Ministrantes y Sangradores

raexgon@hotmail.com

Jesús Rubio Pilarte

Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV

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Manuel Solórzano Sánchez

Enfermero Servicio de Oftalmología

Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS

Vocal del País Vasco de la SEEOF. Insignia de Oro de la SEEOF

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Miembro no numerario de La RSBAP

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domingo, 4 de marzo de 2012

HOSPITALES SUS ORÍGENES

El hospital en sus orígenes
Recogía a los enfermos de las calles y caminos, y atendía
personalmente a las víctimas depauperadas del hambre
y las enfermedades (…), pero

si tuviese cien lenguas,
no me llegarían para contar a todos los enfermos
a quienes Fabiola confortó y cuido.

Fundó un hospital y allí acogió a los que padecían
en las calles y les prestó la atención de una enfermera (…).
Alimentó a los enfermos con sus propias manos,
y al hombre reducido a mero cadáver
nunca le faltaron
unas gotas de agua con que refrescar los labios.

San Jerónimo
FOTO 001 Las palabras que el Papa Benedicto XV le dedica a San Jerónimo en la Encíclica «Spíritus Paráclitus» son: «el máximo doctor que dio el cielo, para interpretar la Divina Escritura».

El primer concepto es que el hospital es igual a camas. Desde los centros más antiguos que recibieron este nombre hasta finales del siglo XIX, un hospital equivalía a un centro de “hospedaje” que proporcionaba sustento y alojamiento a los que en él ingresaban. Lo utilizaban no sólo enfermos, sino también pobres y menesterosos, y estaban ligados a las grandes concentraciones de población, tanto fija como itinerante. Así comienzan a brotar, ligados a una idea religiosa y moral, en las grandes ciudades o los grandes recorridos.

El segundo concepto es que el hospital es igual a tecnología. Se incorporan avances quirúrgicos con nuevas técnicas y materiales, la anestesia con éter y el cloroformo, el conocimiento y aplicación de la asepsia y antisepsia, la aparición de la enfermera como profesional sanitario, y diversos avances tecnológicos en medios de diagnóstico. Con todo ello durante unos pocos lustros los hospitales cambian de diseño, contenido y funcionalidad. Parte de las camas dejan sitio a quirófanos, laboratorios y salas de diagnóstico. Además se agrupan a los pacientes por especialidades o patologías, e incluso aparecen hospitales monográficos infantiles y se transforman los antiguos manicomios.

Origen histórico del Hospital
Aun cuando el germen de la idea de hospital pueda haber existido ya en la antigua Babilonia que tenían por costumbre llevar a los enfermos a la plaza del mercado para que consultasen y aun cuando los “Iatreia” y “Asclepeia” de los griegos y de los romanos pueden haber servido para ver extendido algo este propósito, hay que confesar que el espíritu de la antigüedad respecto de los enfermos y de los desgraciados no era de compasión, y la creencia de socorrer a los desgraciados humanos en una extensa medida que nació con el cristianismo.

Cuando el Imperio Romano admite el Cristianismo como religión oficial (Constantino, s. IV), esto hace que el cuidado de los enfermos se haga general y pase a ser regulado por los obispos.

Uno de los cambios es que los enfermos serán acogidos en las casas de los diáconos en las que había unas habitaciones para cuidarlos mejor. Pero llega un momento en que son insuficientes y se construyen edificios para albergar a estos enfermos y son los llamados “Xenodoquios”, que son hospitales primitivos que acogen a los enfermos de la comunidad cristiana, pero poco a poco empiezan a acoger a gente necesitada sin hogar, como los huérfanos, ancianos, pobres, etc. En los “Xenodoquios” quienes llevan la administración y la organización son las diaconisas, ayudadas para el cuidado a los enfermos por las viudas y vírgenes.

Los hospitales de los árabes, amplios y liberales por lo que respecta a su dotación y capacidad, aparecen mucho tiempo después de la era cristiana, y probablemente los mahometanos tomaron la idea de los cristianos. Los Asclepia y los otros templos paganos han sido clausurados por el decreto de Constantino del año 335 d. C. y muy poco tiempo después aparece el movimiento creador y fundador de los hospitales cristianos, en el cual, como sabemos, ha tomado una parte activa como eficaz Santa Helena, la madre de Constantino. Aquellos hospitales fueron, muy probablemente, pequeños; los cristianos ricos podían cuidar a sus enfermos en los “Valetudinaria”; pero desde la subida de Juliano el Apóstata, en 361, se acelera mucho el movimiento.

San Basilio de Cesárea es el Xenodoquio más importante y sirvió de modelo para los demás edificios que se hicieron posteriormente. Fue fundado en el año 369 en Capadocia, que consistía en un gran número de edificios con habitaciones para médicos, para enfermeras, tenía orfanato, hospital, asilo de ancianos, hospital para leprosos, residencia para el personal y los obreros, cocina, lechería, lavandería y una escuela industrial. Todo ello cambia cuando aparecen los monasterios.
Fue seguido de un hospital de caridad, con 300 camas, para enfermos de la peste, fundado por San Efraín en Éfeso (…). El primer nosocomio de la Europa Occidental fue fundado por Fabiola hacia el año 400, “para recoger los enfermos de las calles y cuidar a los desgraciados que padecen la enfermedad y la pobreza”.
FOTO 002 Iatreia, Asclepeia y Xenodoquio

Hospitales no monásticos
Estos hospitales se construyen en el interior de las ciudades, a veces al lado de las catedrales o iglesias más importantes. A estos se les llama Hotel de Dieu (casa de Dios).

El Hotel de Dieu de Lyon, fue fundado en el año 542 d. C. y servía como casa de caridad, no dependía de una orden religiosa y era regentado por grupos laicos, realizando trabajos caritativos aparte de los propios de la enfermería y estaba diseñado para acoger a peregrinos, huérfanos, pobres, débiles y enfermos. Sus primeras enfermeras fueron mujeres viudas y pecadoras, que como penitencia por sus pecados ofrecían su ayuda. Eran como casas de caridad donde atendían a los necesitados y desvalidos tanto como a los enfermos.

El Hotel de Dieu de París, fue fundado por el obispo Landerico entre los años 650 y 651 d. C. Estaba regido por las Hermanas Agustinas, es la primera orden religiosa de enfermería y la más importante, atendido por mujeres que vivían en el propio hospital, realizando tareas administrativas, cuidando a los enfermos, ofreciendo oficios religiosos, mantenimiento del hospital e incluso enterraban a los muertos. Al principio no era una orden religiosa pero más tarde la iglesia les obliga o tomar votos y a llevar hábito. Se les llamó Agustinas. Todos los hermanos y hermanas tenían asignadas actividades específicas, como el trabajo externo, la administración del hospital, el cuidado de los enfermos y los servicios religiosos. El Hotel Dieu comenzó como un pequeño hospital, pero rápidamente alcanzo grandes proporciones.

El Hospital de Santo Espíritu de Roma, fue fundado en el año 717 d.C, por orden del Papa Inocencio IV, fue él más grande de los hospitales medievales, fue construido con el propósito de cuidar a los enfermos, este se convirtió en prototipo para el desarrollo de otros hospitales medievales. Tenían los pabellones separados de hombres y de mujeres y además un pabellón para convalecientes. Se dice que en este hospital llegaron a prestar servicio más de 100 médicos y cirujanos. El Santo Spirito pronto se convirtió en prototipo para el desarrollo de otros hospitales medievales.

El primer Hospital fundado en España data del año 589, por el obispo Mosova, la Iglesia es la primera institución en tomar conciencia de la asistencia sanitaria. El Concilio de Orleans decide que una cuarta parte de los ingresos de la Iglesia debe destinarse a estos hospitales. La mayoría de estos hospitales son urbanos y se les llama “domus dei episcopus” o casas hotel, llamadas así porque se construían junto a la casa del obispo y al lado de la catedral, todo ello formaba el hospital y la casa de Dios.

Desde el siglo IX en los hospitales están cada vez más y mejor cualificados. En la actualidad perduran tres hospitales medievales famosos que se construyeron fuera de los muros monásticos: el Hotel Dieu (casa de Dios) de Lyon y Paris y el Santo Spirito de Roma. Los primeros hospitales se establecieron como casas de caridad y atendían a los necesitados y desvalidos tanto como a los enfermos.

Instituciones hospitalarias en la época medieval
Aparecen hospitales civiles, que no dependen de la iglesia sino que dependen del ayuntamiento. Estos hospitales van en aumento en la baja Edad Media por que la iglesia cierra los hospitales de los monasterios, y surge la necesidad de éstos.

Hospitales en malas condiciones: Estos hospitales están en malas condiciones y poco ventilados. En las camas los enfermos están hacinados, (incluso 6 por cama).

Debido a estas malas condiciones el hospital civil se hace de pobres ya que quien puede pagar es atendido en su casa por su médico. El personal que les atiende realizan una actividad muy deficiente, el cuidado a los enfermos es muy malo por que para estos hospitales se contratan mujeres de muy baja condición social; mujeres que acaban de salir de la cárcel, analfabetas y la mayoría de las veces alcohólicas. Los médicos, aunque tenían mejor formación por haber asistido a la universidad, comienzan a trabajar en los hospitales, aunque están mal pagados. Se crean las facultades y el médico pasa a ser un profesional.

Tipos de instituciones hospitalarias

Existían diferentes tipos de instituciones u hospitales, tales como:

Leproserías, con capacidad para diez o doce personas, aparecen en que los siglos XI y XIII.

Asilos y hospicios para pobres, fueron los más numerosos. Algunos sólo admitían pobres.

Albergues para peregrinos y caminantes, están en caminos y monasterios.

Instituciones dedicadas al cuidado (hospitales), algunos se dedicaban a cuidados especiales: recién nacidos, inválidos y de enfermos específicos.

Los hospitales podían tener dos formas, cruz latina o cruz griega, siendo la encrucijada el lugar donde se celebraban los actos religiosos. Las medicinas no son frecuentes en esta etapa. Casi todas eran de origen vegetal y, las más utilizadas eran ungüentos, emplastes y tisanas. Los hospitales tenían sus huertos, de donde extraían estos medicamentos. También se empiezan a aplicar el torniquete y los enemas, apareciendo más tarde las sangrías.

Cuidados que se prestan en los hospitales:
Reposo en cama.
Calor.
Alimentación, la gente iba mal nutrida.
Cuidado del moribundo, al hospital se iba más a morir que a curarse. A los moribundos se les trasladaba a una zona especial, que era vigilada por un enfermero, que es quien firma el exitus. Es allí donde se administran los sacramentos.

Inhumación (enterramiento de un cadáver).

En la mayoría de los hospitales no hay médico, por lo que el peso del cuidado recae en las mujeres que les asisten (mal llamadas enfermeras), existía además un grupo de mujeres que prestaba sus servicios a cambio de comida y cobijo.

Tipos de enfermeros:

El personal de enfermería lo constituyen un enfermero mayor y una serie de enfermeros y enfermeras menores. Realizaban la recepción del enfermo en su sala. Se le exige que esté presente cuando pase el médico, y que le informe de la evolución. Además se ocupaban de aplicar los·tratamientos médicos. También incluía la higiene, alimentación, evacuación, deambulación, termorregulación y lavado de ropa y utensilios.

El Enfermero mayor se preocupaba de proveer a los enfermeros menores de todo el material necesario. Son los responsables del trabajo y la conducta de los enfermeros que están a su cargo. También tienen que estar durante la visita del médico y en el ingreso. Está encargado de la planificación de todo el trabajo y las limpiezas generales de hospital.

Empiezan a surgir las universidades y aparece la medicina como una carrera clave. A la enfermería se le considera un oficio. Surgen las escuelas catedralicias, que imparten la enseñanza a nivel general y también empiezan a cultivar la medicina. Durante la edad media se pasa de la medicina monástica a la universitaria. Como requisitos básicos están los tres años de estudios básicos de premedicina, tras los cuales accedía a estudios médicos.

Los más importantes son:
Antoninos. Ergotismo: Estaban encargados de cuidar a los enfermos del fuego de San Antonio (falta de Vitamina B), enfermedad que produce rampas, calambres, e
tc.

Terciarias Franciscanas: Mujeres seglares que constituyen la 3 orden Franciscana (era la orden seglar dentro de los Franciscanos). Son sobre todo mujeres viudas que se dedicaban al cuidado de pobres y enfermos yendo a sus casas. Hubo mujeres muy importantes como la Reina Santa Isabel de Hungría.

Terciarias Dominicas: La tercera orden de los Dominicos, su misión era la misma que las terciarias franciscanas. Destaca Santa Catalina de Siena, que trabajaba en el hospital y fundó el primer cuerpo de camilleros.

Beguinas: Fue fundada en Bélgica. Estas mujeres vivían en comunidad, hacían votos provisionales de castidad y obediencia pero no de pobreza, de manera que trabajaban para vivir y cuidando a los enfermos tanto en el hospital como en su casa. Podían abandonar la orden y casarse cuando quisieran. En la Segunda Guerra Mundial el ejército belga fue atendido por las beguinas.

Hermandad de la Vida Común y los Hermanos Alejianos, dedicados a la atención de infectados por la peste bubónica de 1348.
FOTO 003 Hotel de Dieu

EL CRECIMIENTO DE LOS HOSPITALES.

Durante la Baja Edad Media se apoyo el desarrollo de hospitales en las ciudades europeas. Esta idea de los hospitales urbanos fue acogida con apoyo y aprobación. Aumentó él número de hospitales cuyo tamaño variaba. Varios factores contribuyen a la demanda, los hospitales existentes se habían organizado como orfanatos, hostales para viajeros y enfermos y casas de caridad; las enfermedades contagiosas eran incontrolables; la vida urbana se había desarrollado de forma acelerada, y las condiciones de hacinamiento en que se vivía, contribuía a propagar las enfermedades. Las salas eran muy espaciosas, y la intimidad solía obtenerse mediante el uso de cubículos. Se construyeron hospitales que estaban bien dotados. Los cuidados de enfermería corrían a cargo de monjes y monjas.

Se ponen cuadros en los hospitales como terapia de entretenimiento para los pacientes. El primer hospital británico fue sin lugar a dudas el de York, construido por Athelstane, alrededor del año 936, también era una casa de caridad y tenía un pabellón para leprosos. El St. Giles Hospital fue construido por la Reina Matilde en 1.101 para el cuidado de cuarenta leprosos. El St. Thomas Hospital fue fundado en 1.213 por Ricardo prior de Berdmonsey. Esta institución se haría famosa posteriormente, en el Siglo XIX cuando Florence Nightingale estableció allí la primera escuela de enfermería. Éste se convirtió en hospital para los enfermos, refugio para los pobres y hostal para los viajeros y peregrinos, no se admitían leprosos. El Bethlehem Hospital fue la primera institución inglesa que se dedicó a la atención y cuidado de enfermos mentales.

INTRODUCCIÓN ¿QUÉ ES UN HOSPITAL?
Un hospital no es solamente un edificio. Y su historia condiciona en gran parte sus posibilidades y sus limitaciones. Además la historia de una institución va configurando el conjunto de valores, actitudes, expectativas y formas de organización que la caracterizan.
Todo lo cual tiende a persistir aunque las circunstancias y las necesidades cambien.

Es preciso, pues, recordar la historia del hospital para comprender su realidad actual y poder contribuir a su evolución.

Los hospitales actuales son el resultado de un proceso histórico global en el que ha intervenido un conjunto de factores culturales, religiosos, éticos, científicos, epidemiológicos, políticos y económicos. En este proceso se han sucedido, y se han influido mutuamente, distintos tipos de instituciones asistenciales.

De hecho, los hospitales no empezaron a existir en Occidente hasta que en el siglo IV d. C. surgieron las ideas, los valores y las realidades sociales propicias. Anteriormente, durante más de ochocientos años, los médicos griegos y romanos ejercieron la medicina en ausencia de hospitales propiamente dichos.

El hospital medieval occidental fue una institución eclesiástica de atención a toda clase de necesitados, con objetos primariamente religiosos. En el Renacimiento el hospital comenzó a secularizarse bajo el control de las autoridades civiles, incorporando objetivos sociales, pero su función básica siguió sin ser la atención médica. De modo que hasta la Edad Contemporánea no puede hablarse de un sistema hospitalario dedicado exclusivamente a la atención médica.

AUSENCIA DE HOSPITALES DURANTE LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA
En la etimología de la palabra “hospital” podemos encontrar una clave inicial para comprender por qué no existieron hospitales durante los siglos iniciales de la medicina clásica griega. Etimológicamente “hospital” deriva del latín “hospitales, e” (lo relativo a la hospitalidad), que a su vez deriva de “hospes” (huésped o forastero”). Así pues, la etimología del hospital hace referencia a la atención que se presta al “extraño”, al que no forma parte de la familia directa. Y un edificio que recibe el nombre de hospital debe estar destinado a la asistencia de un conjunto de “extraños”. Pero, evidentemente, para que en una sociedad existan hospitales, la asistencia a una multitud de extraños debe ser necesaria, útil y socialmente valorada. Pues bien, tengamos presente que, durante los primeros siglos de la antigüedad greco-romana no existieron grandes masas humanas desposeídas ni circunstancias epidemiológicas apremiantes que hicieran necesaria la edificación de hospitales públicos; tampoco existían teorías médicas contagionistas que aconsejaran aislar a los enfermos; y finalmente, no existían valores éticos y religiosos que sancionaran el mantenimiento de hospitales para los menesterosos y los enfermos.

De este modo, los médicos antiguos tenían bastante con ejercer la medicina en las plazas públicas o en pequeños dispensarios denominados “iatreia”, en los que no albergaban al enfermo; y cuando el estado o la gravedad del paciente lo aconsejaba, el médico acudía a prestar sus servicios en el propio domicilio del enfermo. Así, tal como refiere Plutarco: “las personas que necesitan cuidado médico, las que sufren de los dientes o de un dedo van caminando hasta los que los pueden curar; los que tienen fiebre los llaman a su casa y les piden que les ayuden”.

Para edificar y mantener hospitales hubiera sido necesario, en primer lugar, un reconocimiento del valor del pobre y del enfermo. Pero las comunidades antiguas eran sociedades esclavistas cuyo poder político estaba en manos de los propietarios de la tierra. Los pobres y los esclavos carecían de valor intrínseco.

Por otra parte, todos los enfermos eran valorados negativamente, porque se les juzgaba alejados del ideal humano e incapaces de contribuir a la comunidad. Para comprender esto último recordemos que el ideal de la cultura griega era la kalokagathía, es decir: el logro de la belleza (kalós) unida a la bondad o virtud (agathós). La virtud se entendía como capacidad para realizar lo que es bello y bueno. Y esa virtud se perdía por la ignorancia o por la enfermedad. El sabio es necesariamente virtuoso porque al conocer la belleza no puede dejar de apetecerla. El cuerpo sano también realiza su virtud porque ama las cosas bellas que le convienen. Pero el cuerpo del enfermo se desvía de su fin natural y apetece lo feo y lo malo. La enfermedad representaba el estado opuesto a la kalokagathía. Y así el enfermo no era sólo un incapacitado físico sino también moral. No debe extrañar, por tanto que el médico se considerara autorizado a forzar paternalistamente la voluntad “enfermiza” de sus pacientes. Por otra parte, esta valoración negativa del enfermo contribuye a explicar no sólo la existencia de hospitales sino también ciertas prácticas asistenciales antiguas, como el abandono de los enfermos incurables y las costumbres despiadadas con los niños deformes.

Además, para mantener hospitales hubiera sido necesario un fuerte impulso ético de carácter filantrópico. Pero la filantropía aparece mencionada sólo muy ocasionalmente en los tratados hipocráticos, y en general no fue considerada como un constituyente necesario del arte médico. Hoy sabemos que la beneficencia que se profesa en el excelso Juramento hipocrático sólo representó la actitud de una secta médica minoritaria.

La medicina grecorromana fue una actividad libre y remunerada. Y los médicos instruidos sólo atendían a la clase social alta que podía pagarles. Es cierto que en las grandes ciudades podían existir médicos públicos contratados por las autoridades. Pero las ciudades no contrataban esos médicos para atender gratuitamente a los necesitados; sino más bien para asegurar la presencia de médicos fiables que pudieran beneficiar a todos. La obligación de atender a los pobres a cambio de un salario público sólo está documentada a partir del siglo IV después de Cristo.

No obstante, resulta innegable que en l antigüedad clásica existió un fuerte impulso cívico para realizar obras públicas. Es cierto que los gobernantes, los aristócratas y los ricos promovían no pocas obras de bienestar social: monumentos, servicios públicos, espectáculos, etc. Pero esas obras públicas no eran hechas para los pobres en particular. El altruismo y la filantropía estaba dirigida casi exclusivamente hacia al familia, los amigos y los conciudadanos. Mientras que la simpatía por los extraños se co
nsideraba injustificada.
FOTO 004 Valetudinaria

Por otra parte, las obras de beneficencia social nunca estuvieron directamente relacionadas con ningún mandamiento religioso. Y menos aún puede decirse que la asistencia a los pobres y los enfermos estuviera sancionada por recompensas sobrenaturales. De modo que la beneficencia pública sólo estuvo motivada por la reciprocidad y el deseo de aceptación y prestigio social.

La hospitalidad era una virtud privada, restringida a los familiares, amigos y aliados. Esta actitud moral se corresponde con la estructura social de las ciudades antiguas, en las que la mayoría de sus miembros eran propietarios que entendían el estado como una comunidad de ciudadanos libres e iguales ayudándose mutuamente para lograr un bien común. Ninguna recompensa en la otra vida quedaba ligada a ese espíritu cívico. La enfermedad era un problema privado. Y no existía ningún deber público hacia los enfermos.

Es interesante contrastar esta actitud grecorromana de igualitarismo cívico frente al bienestar y ausencia de sanciones sobrenaturales, con la existente en Egipto e Israel. Estas sociedades sí establecían sanciones espirituales para la ayuda a los necesitados y enfermos. Tal vez porque eran sociedades teocráticas, que justificaban la desigualdad social en este mundo y, por tanto, necesitaban paliar los excesos y dar conformismo a los espíritus, predicando sanciones y compensaciones naturales.

Los primeros cambios de actitud en el mundo clásico fueron promovidos por el estoicismo, coincidiendo con la aparición de grandes masas de desposeídos que conservaban, no obstante, sus derechos políticos. Además, las formas de gobierno y las clases sociales fueron pareciéndose cada vez más a las existentes en los imperios teocráticos orientales. Sólo entonces comenzó la compasión y la ayuda a los pobres a ser reconocidas como virtudes aristocráticas.

Los motivos expuestos permiten explicar por qué no existieron hospitales en la antigüedad, pero son dignas de mención dos instituciones que tuvieron alguna semejanza con los hospitales: los valetudinaria romanos y los asklepieia griegos. Si bien, estas edificaciones constituyeron fenómenos aislados sin relación ni continuidad con los hospitales que iban a venir después.

Valetudinaria
El término latino valetudinarium fue tomado de la palabra valetudinarius, que significaba “enfermo”, y pasó a designar un tipo de edificio en que se les atendía.

Estos edificios se construyeron en el preciso momento histórico del fin de la República y los comienzos del Imperio.

Los propietarios romanos de la tierra poseían mano de obra esclava. Pero esta mano de obra fue escaseando a medida que disminuían las guerras de conquista y declinaba la población. Así, los esclavos aumentaron su precio económico y no resultaba tan fácil reemplazarlos. Ante ello, los grandes terratenientes se decidieron a suministrarles cuidados, en un esfuerzo por incrementar su rendimiento y su fidelidad. Y construyeron valetudinaria en sus propias posesiones, para atender a los esclavos enfermos, heridos o exhaustos. Su motivación moral pudo ser entendida como una extensión de las obligaciones del pater familias.

Poco después aparecieron valetudinaria militares, para atender a los soldados estacionados en las fronteras del Norte del Imperio. Allí, los ríos Rhin y Danubio llegaron a ser importantes rutas de acceso y de transporte. Y el imperio romano construyó en ellos fortalezas para el abastecimiento y el comercio. Esas fortalezas estaban defendidas por importantes contingentes de soldados pertenecientes al nuevo ejército profesional permanente, organizado por el emperador Augusto. Anteriormente, los ejércitos romanos eran reclutados en levas forzosas; su recompensa era el botín; y los cuidados médicos no estaban estructurados. Pero ahora, un ejército profesional destacado en territorios extraños necesitaba resultar atractivo y seguro para los soldados. Uno de esos atractivos fueron los valetudinaria, construidos en la periferia de las fortalezas para atender a los soldados que caían heridos o enfermos lejos de sus familias. Estos servicios médicos hospitalarios mitigaban la dureza de la vida militar, fortalecían la lealtad de los soldados y protegían a un colectivo humano de gran valor para el imperio.

Asclepia
El recinto de los templos consagrados a Asclepio (los Asclepieia) fue la sede de una institución curativa que duró cerca de mil años. Originado en la Grecia preclásica, se extendió posteriormente por todo el mundo mediterráneo, y permaneció hasta el triunfo del cristianismo.

Asclepio fue un Dios subterráneo que residía en cuevas, en relación con las serpientes y con los manantiales. Hijo de Apolo y de una mortal; y padre de Hygíea y Panacea. Fue educado e iniciado en el arte médico por el centauro Quirón y puso su ciencia al servicio de los hombres. Realizó numerosas curaciones y llegó incluso a resucitar a un muerto, un acto desmesurado de “hybris” que Zeus castigó fulminándole con un rayo.
FOTO 005 Asclepieia

Los templos de Asclepio se convirtieron en lugares de peregrinación para enfermos de todo el mundo antiguo. Curiosamente, el auge de este culto coincide en el tiempo con el de la medicina racional practicada por los médicos hipocráticos. Los propios médicos hipocráticos eran llamados asclepiadas, en el sentido de hijos o discípulos de Asclepio. Y recordemos que en el famoso juramento hipocrático se pone por testigo a la familia entera de Asclepio. Todavía hoy el caduceo, símbolo de la medicina, recuerda el báculo de Asclepio con la serpiente enroscada que se asociaba al dios. Estas concomitancias entre el culto a Asclepio y la medicina hipocrática no significa que ambas formas de medicina tuvieran un mismo origen. Además sus métodos eran diferentes y, en general, no fueron realizadas por las mismas personas. Pero también es cierto que estas dos formas de medicina se comportaron de hecho como complementarias; y no parece que llegaran a entrar en conflicto abierto.

En los templos de Asclepio se escenificaban sistemáticamente un gran número de los rituales mágicos y religiosos que siempre han acompañado a todas las formas de medicina. Para llegar hasta ellos los enfermos emprendían una peregrinación salvadora y, llegados a las inmediaciones, recorrían en procesión una vía sacra y atravesaban un pórtico que les daba acceso a un recinto sagrado pleno de connotaciones salutíferas y adornado con los exvotos que testimoniaban curaciones anteriores. Purificados por el agua y por las buenas intenciones, participaban en rezos y cánticos; sacrificaban ofrendas en el altar e invocaban al Dios. Y finalmente podían dormir en un lugar destinado a ello; este sueño era la famosa “incubatio” durante la que entraban en contacto con el dios o con sus mensajeros, que generalmente eran una serpiente o un perro. Estos seres divinos del sueño podían curar al enfermo directamente, o recomendarle algún remedio específico, como bañarse en algún lugar, sangrarse, realizar algún acto peculiar, o incluso componer algún poema. Los propios sacerdotes podían ayudar al enfermo a interpretar el mensaje del dios.

BIBLIOGRAFÍA y AGRADECIMIENTOS
Historia de la Enfermería. Nicanor Aniorte Hernández.
http://www.aniorte-nic.net/apunt_histor_enfermer6.htm

Los hospitales a través de la historia y el arte. Autores: F. González; A. Navarro y M. A. Sánchez. Editores: J. González; C. Parra y Juan Rodés. Colaboradores: G. Gómez; M. I. González y Y. Melero.

AUTORES
Raúl Expósito González
Enfermero. Servicio de Anestesia y Reanimación. Hospital “Santa Bárbara” de Puertollano. Ciudad Real. Experto en Barberos, Ministrantes y Sangradores
raexgon@hotmail.com

Jesús Rubio Pilarte
Enfermero y sociólogo. Profesor de la E. U. de Enfermería de Donostia. EHU/UPV
Miembro no numerario de La RSBAP
jrubiop20@enfermundi.com

Manuel Solórzano Sánchez
Enfermero Servicio de Oftalmología
Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. Osakidetza /SVS
Vocal del País Vasco de la SEEOF. Insignia de Oro de la SEEOF
Miembro de Eusko Ikaskuntza
Miembro de la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos
Miembro Comité de Redacción de la Revista Ética de los Cuidados
M. Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro no numerario de La RSBAP
masolorzano@telefonica.net