jueves, 18 de mayo de 2017

MAESE FRANCISCO DE HERRERA BARBERO CIRUJANO 1599 EN VITORIA



Autores: Manuel Ferreiro Ardións y Juan Lezaun Valdubieco, con prólogo de José Siles González. Editado por el Colegio Oficial de Enfermería de Álava / Arabako Erizainen Elkargo Ofiziala.

FOTO 1 Portada y contraportada del libro

El libro consta de 143 páginas y se presenta:
Prólogo.
Introducción: la peste, la ciudad y Francisco de Herrera.
Primer brote. Del 7 de agosto de 1598 al 13 de octubre de 1958.
Segundo brote. Del 2 de noviembre de 1598 al 16 de marzo de 1599.
Tercer brote. Del 31 de mayo de 1599 a noviembre de 1599.
Cuarto brote. Del 30 de agosto de 1601 al 30 de diciembre de 1601.
Un premio para los barberos y cirujanos.
Conclusiones.
Epílogo y Fuentes y bibliografía.

Según nos cuenta el Dr. José Siles, es para él un honor prologar este estudio de los autores, además honestamente, resalta el disfrute que ha experimentado con la lectura de esta obra tan importante que ha coexistido magistralmente con una escritura amena y adictiva. No es la primera obra histórica de estos dos autores que llevan tiempo confabulados para desempolvar la historia de la enfermería en el País Vasco.

Es una época marcada por varios episodios de peste, este desolador contexto colmado por penurias, miedos y medidas radicales como el aislamiento y el enclaustramiento, constituye el punto de partida para entender el olvido que ha recaído sobre las hazañas del Maese Francisco de Herrera, un cirujano barbero que, no lo olvidemos, constituye un antecedente de la enfermería actual en su vertiente más vinculada a la cirugía menor y a determinadas técnicas que, en lo esencial, siguen estando integradas en  los currículos y en la profesión enfermera.

El miedo como protagonista subyacente. Los autores comienzan describiendo de forma sencilla y didáctica las características de la peste y sus diferentes tipologías con las consiguientes consecuencias en cuanto a manifestaciones clínicas y, sobre todo y más sobrecogedor, sus niveles de mortandad. Está claro que para entender lo que pasó en Vitoria en 1598 y 1599 hay que acercarse a la mentalidad de la época y a la interpretación que la gente “el pueblo” “fabricaba” con los escasos y distorsionados mimbres de los que disponía, haciendo uso y “abuso” de una fantasía alimentada especialmente por el miedo a lo incomprensible en un contexto donde predomina el terror y en el que todo el mundo busca culpables.

FOTO 2 Dr. José Siles, Juan Lezaun, Hosanna Parra (Presidenta del Colegio de Enfermería de Álava), Toti Martínez de Lezea (escritora) y Manuel Ferreiro

Durante la Edad Media, señala Sontag que la peste llegaba a ser sinónimo de corrupción moral y se buscaban chivos expiatorios fuera de la comunidad enferma. En la peste que masacró Europa a mediados del siglo XIV este desafortunado papel fue encarnado por los judíos, que sufrieron masacres en los períodos más agudos de la epidemia.

La Peste, pues, debe considerarse como fuente del mayor de los misterios: la arribada de la parca y la muerte colectiva de cientos, miles de personas que viven dentro de un marco espacial determinado compartiendo un miedo que impacta de tal forma en sus creencias y valores que va a acabar cambiando sus vidas tanto o más que la propia epidemia. En este caso, la peste es solo la mensajera de una enfermedad aún más terrible: el miedo; una enfermedad que aísla al que la padece y debiera ensalzar a los pocos que, por unos motivos u otros, se ocuparon del cuidado de “los apestados”.

Las mujeres, anónimas coprotagonistas, eran las encargadas de los cuidados y, en ese sentido, eran las enfermeras quienes se ocupaban de lo que los que hoy denominamos cuidados básicos siendo extremadamente importante en una crisis epidémica la higiene del cuerpo, la ropa, la cama, el habitáculo, etc.

A finales del siglo XVI los autores identifican dos enfermeras y un “matrimonio hospitalero” que trabajaban en el hospital de Santiago de Vitoria y que se dedican a “regir y gobernar las personas enfermas de contagion”.

Recapitulando sobre todo lo expuesto, me felicito por la lectura de este libro con cuya lectura he disfrutado y aprendido tanto que me atrevo a recomendarlo a todos los profesionales sanitarios, especialmente a los enfermeros y a los amantes de la historia. Agradece sinceramente a Manuel Ferreiro y Juan Lezaun por haberle posibilitado la lectura de esta obra esencial para la historia. Agradezco sinceramente a los autores por haberme dejado leer esta obra esencial para la historia de la enfermería, la medicina y la ciencia.

Maese Francisco Herrera
Fueron tres grupos sanitarios los que existieron en esa época. El primero es el encargado de asistir a los enfermos en sus necesidades de alimento, descanso, eliminación, higiene, seguridad, etc.; es a lo que llamamos cuidados inmediatos o básicos aunque también se denominan paradomésticos. Durante la peste, en Vitoria realizarán además traslados de enfermos y enterramientos.

El segundo corresponde a los médicos, que tienen por misión hacer el diagnóstico, pautar el tratamiento y los medicamentos precisos. No intervienen directamente sobre el cuerpo del enfermo y tienen prohibido realizar técnicas invasivas. En esa época ya son licenciados universitarios y pueden llegar a ser doctores.

El tercer grupo es el de los barberos y cirujanos, se encargan de los denominados cuidados instrumentales. Tienen el cuchillo y las tijeras como armas representativas de sus quehaceres y, aunque son ninguneados por los médicos como meros artesanos manuales, lo cierto es que algunos cirujanos tienen cierto grado de formación, denominándose latinos (porque conocían el latín al ser bachilleres), si bien la inmensa mayoría pertenecían a la escala de los romancistas (que desconocían el latín o no tenían estudios) y habían iniciado su andadura como aprendices de barberos y sangradores.

Para ejercer debían estar aprobados por los reales tribunales del protobarberato y protocirujanato. Solían estar organizados gremialmente con su escala tradicional de aprendiz, oficial y maestro. La idea de adscribir los barberos a la asistencia de los pobres y los cirujanos a la de los pudientes no es exacta, por lo menos al hablar de cirujanos romancistas, y de hecho el término barbero cirujano aparece no sólo porque muchos cirujanos son también barberos, sino porque lo que da de comer es la barbería y añadirle cirujano simplemente la prestigia a la vez que amplía su cartera de servicios.

En Vitoria no consta la existencia de un cirujano latino hasta 1689, cuando la ciudad recibe cédula real para la provisión de una plaza de cirujano mayor, aunque no datamos ninguna hasta 1728. Luego en la peste de 1599, los cirujanos que encontramos en Vitoria son todos romancistas pudiendo caber la duda del Bachiller Salsamendi en relación a su título académico. Hasta el siglo XIX la cirugía no quedaría unida e igualada a la medicina.

FOTO 3 Juan Lezaun, Hosanna Parra (Presidenta del Colegio de Enfermería de Álava), Dr. José Siles, Manuel Ferreiro y Toti Martínez de Lezea (escritora)

De entre estos profesionales que participaron en la epidemia finisecular sobresale la actuación de maese Francisco de Herrera, barbero-cirujano de la ciudad de Vitoria, cuyos servicios y dedicación se ven salpicados de alabanzas y acusaciones de mala praxis, castigo y recompensas que dejaron sus testimonio en los libros de actas municipales, permitiéndonos reproducir con su persona no sólo los cruciales acontecimientos del momento, sino también los quehaceres profesionales de la enfermería en aquellos difíciles tiempos.

Las primeras referencias de Francisco son de 1572, fecha en la que junto a Esteban de Uriarte comienza a prestar servicio en el hospital de Santiago o de la Plaza, sustituyendo a Martín Hernando de Aberasturi y a Pedro Maturana, de quien Herrera era hijo político, que lo habían prestado hasta ese año. La asistencia al hospital implicaba estar asalariado por el Ayuntamiento -que tenía el patronato del mismo- y hacer asistencia gratuita a los pobres, lo que no impedía el ejercicio liberal siempre y cuando no se descuidaran las obligaciones contraídas con el Concejo.

No sabemos su salario en los años previos a la peste, pero probablemente sería de 10 ó 15.000 maravedíes anuales, que es lo que se pagaba en el hospital  Santiago a otros cirujanos en ese periodo.

Herrera es designado como cirujano y como cirujano barbero, lo que orienta a que tenía ambos oficios y a que obtuvo la aprobación de cirujano a partir de su formación como barbero; además, es siempre denominado en la documentación municipal como maese o maestre, sin ningún otro calificativo de rango académico, por lo que puede suponerse que se trataba de un cirujano romancista cuya formación, tanto en el oficio de la ferramentarum incisio como en lo académico hubo de basarse en la tradición empírica de corte gremial.

Debió de entrar como aprendiz en casa de un maestro, tal vez su propio suegro, para seguir a su cargo como oficial hasta alcanzar el grado de maestro, lo que le permitía independizarse y coger a su cargo nuevos aprendices. Puesto que ejerce como asalariado del municipio, además de la certificación gremial debía estar aprobado por el Tribunal del Protomedicato, es decir, tendría un título oficial que le permitía ejercer en todo el Reino.

Sus conocimientos serían los aprendidos de su maestre, más lo que añadiera de su propia experiencia, estos conocimientos eran esencialmente prácticos y su prestigio se medía por la habilidad manual e instrumental en las técnicas invasivas o sangrantes, que los médicos tenían prohibido realizar. Estos artesanos que hacen del cuchillo y las tijeras sus armas, basado en una mezcla de galenismo práctico básico con tradición oral empírica (sacamuelas, recomponehuesos, curanderos, herbolarios, etc.), todo ello ligado con un mundo de creencias y supersticiones que compaginaba perfectamente la existencia de estos prácticos con todo tipo de charlatanes.

Ernesto García documenta un saludador en el censo fiscal de Vitoria de 1537, que paga sus impuestos en función de ese oficio con la misma naturalidad que médicos, barberos o boticarios. Los saludadores tenían la “facultad” de “sanar” con su saliva y aliento, por lo que hicieron del saludo con fines curativos un oficio muy lucrativo, siendo contratados sus servicios tanto por particulares como por municipios. Hay diversas creencias sobre los mismos, una extendida era que la capacidad curativa de un saludador la heredaba su séptimo hijo.

El diccionario de la Real Academia Española lo define taxativamente como “embaucador que se dedica a curar o precaver la rabia u otros males, con el aliento, la saliva y ciertas depreciaciones y fórmulas.

Dado que en 1572 Herrera ejerce por su cuenta ha de entenderse que ya entonces era maestre y, en consecuencia, probablemente vivió -suponiéndole en Vitoria, fundamentalmente por el parentesco con Pedro de Maturana- los brotes epidémicos de peste entre 1564 y 1568 de manera más o menos activa, bien como aprendiz o como oficial, en los que habría tomado conocimiento del mal de pestilencia. Estos brotes debieron tener escasa incidencia dentro de las murallas de la ciudad gracias al férreo control de sus entradas aún a expensas de morir por falta de abastecimiento, pero puesto que en toda epidemia que azotó Vitoria la ciudad estableció lazaretos extramuros, donde recogían a los afectados de la villa como de las aldeas de su jurisdicción y donde residían sus cuidadores, por poca incidencia que se produjera sin lugar a dudas los profesionales sanitarios la vivieron plenamente.

FOTO 4 La Dance Macabre des Hommes, impreso por Guyot Marchant, Paris. 1486

Manuel Solórzano Sánchez
Graduado en Enfermería. Servicio de Traumatología. Hospital Universitario Donostia de San Sebastián. OSI- Donostialdea. Osakidetza- Servicio Vasco de Salud
Insignia de Oro de la Sociedad Española de Enfermería Oftalmológica 2010. SEEOF
Miembro de Enfermería Avanza
Miembro de Eusko Ikaskuntza / Sociedad de Estudios Vascos
Miembro de la Red Iberoamericana de Historia de la Enfermería
Miembro de la Red Cubana de Historia de la Enfermería
Miembro Consultivo de la Asociación Histórico Filosófica del Cuidado y la Enfermería en México AHFICEN, A.C.
Miembro no numerario de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. (RSBAP)

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